Diciembre 26, 2015.-El Helicoide vigila la ciudad desde el centro de la capital. En su interior, presos esperan bajo luces fluorescentes desde audiencias atrasadas hasta largas condenas
a rampa que envuelve la imponente pirámide de concreto de 77 mil metros cuadrados de construcción lleva a una pequeña puerta lateral para acceder a la cárcel. Cuando una persona pasa por el umbral, le revisan sus pertenencias: a menudo son bolsas de comida, repletas de la escasa harina P.A.N., frutas y vegetales para los reos.
Es que la mole de Roca Tarpeya no fue diseñado para instalar policías, una cárcel, una sede temporal de la Universidad Nacional Experimental de la Seguridad (UNES) o un colegio preescolar. Estaba pensado para ser un centro comercial y de convenciones que incluía locales, áreas de exposiciones, oficinas, un hotel cinco estrellas, un club, una central de televisión y un parque infantil, según la página web de uno de los arquitectos del recinto, el alemán Dirk Bornhorst.
La Mesa de la Unidad Democrática (MUD) prometió que una de las primeras medidas como fuerza mayoritaria en la Asamblea Nacional será redactar y aprobar una Ley de Amnistía para los “presos políticos” que enumera la organización humanitaria Foro Penal Venezolano (FPV). Cinco funcionarios de la Policía Metropolitana, un vigilante, un astrólogo, una cosmetóloga, tres tuiteros, un ex candidato a la presidencia y tres estudiantes, han estado recluidos en los estrechos e improvisados calabozos en esta cárcel, donde la luz y el aire escasean.
Luego de la victoria opositora, presos y familiares denuncian un deterioro en las condiciones de vida de los recluidos. La corta celebración de los “presos políticos” habría venido seguida casi de inmediato por un “aplique” por parte de sus custodios. Aseguran que les cortaron el agua para asearse y para limpiar sus espacios, y prenden pocas horas al día la planta que genera electricidad. Sin luz, no hay aire acondicionado.
Calabozos improvisados
La infraestructura de concreto alberga a un tercio de los presos políticos que inventaría el FPV. El más reciente es el ex gobernador del estado Zulia y ex candidato presidencial, Manuel Rosales. Ocupa una celda desde el 15 de octubre de 2015, luego de exiliarse tras su imputación por presunta corrupción, y de una promocionada llegada al país.
Un funcionario, que prefirió mantenerse en el anonimato, aseguró que el recinto aloja aproximadamente 200 reos, entre delincuentes comunes y prisioneros de gran interés para el gobierno venezolano. Cuando él se graduó en 2011 en la UNES, El Helicoide solo tenía diez presos.
El número creció de forma considerable luego de las protestas de 2014. A partir de ese momento, la construcción se llenó de jóvenes, y habitaciones que deberían contener seis personas fueron ocupadas por más del doble de su capacidad. “El espacio de cada uno es sagrado”, explicó uno de los reclusos.
“Muchas veces no caminamos ni nos movemos porque el piso está cubierto por colchonetas donde otros descansan”, agregó el hombre. No siempre les dan suficiente alimento a todos, comentó, pero la mayoría prefiere comer lo que le traen sus familiares porque dicen que se enferman si ingieren muy seguido lo que les ofrecen los funcionarios.
Las visitas
Permiten visitas los jueves y los domingos. Una larga cola, de familiares y amigos de los reclusos se alarga bajo el sol de las 11 de la mañana de un jueves. Allí se confunden con padres y representantes que buscan a los alumnos de la Unidad Educativa Alí Primera, que también conviven dentro de los espacios del Helicoide.
A las 11:30 a.m. permiten la entrada. Un funcionario pide la cédula del primero y de ahí en adelante la fila se acorta poco a poco. Los que aparecen en el “registro”, una lista computarizada que los autorizados a visitar, entran. Los domingos son menos estrictos con el paso de los visitantes, aclaró uno de los que esperaban.
Un agente, que también pidió mantenerse el anonimato, comentó que no estaban permitiendo añadir más personas al “registro” desde hacía varias semanas porque descubrieron teléfonos celulares en algunas celdas y decidieron castigarlos. Este tipo de “pequeñas venganzas” son normales, relató uno de los reclusos.
El camino lleva a un toldo donde los visitantes depositan sus documentos personales en una cajita. Cada cédula de identidad espera a su dueño al salir. Dos funcionarios controlan el paso y cuidan que solo los anunciados con el walkie talkie accedan a la prisión.
Son recibidos por cinco guardias vestidos con jeans y franelas blancas. Dejan sus pertenencias en casilleros de madera falsa y débiles candados. A las mujeres las revisan hasta por debajo de los aros del sostén, y a los hombres les palpan la entrepierna. Un detector de metales los separa de las salas de visita. A partir de allí, un corredor permite el acceso a las salas de visitas de las áreas Preventiva, 1, 2 y 3 o a la de Control.
A la izquierda
Lo visitantes esperan en un espacio que huele a cloro a que los guardias busquen a los presos de las áreas Preventiva 1, 2 y 3 en sus celdas. A medida que se llena, el aroma de comida preparada en casa reemplaza el hedor.
El espacio está dividido por una pared. Un ventanal deja pasar poca luz natural. Los prisioneros tienen un “bronceado” amarillento, producto de “bombillos ahorradores”. Sólo ven el sol cuando los trasladan al Palacio de Justicia, porque no cuentan con un patio exterior. Las excursiones a los tribunales suceden cada uno o dos meses.
Ambos salones contienen muebles disparejos y despellejados, mesas de varios tamaños y sillas para niños, de plástico y madera. En esta sala, pocos voltean a ver a los que entran. “Cada quien, en lo suyo”, comentó otro recluso que también prefirió reservar su nombre. Los grupos sólo se juntan cuando alguien cumple años.
Las parejas se toman de las manos y sus madres sirven el almuerzo. “No tenemos contacto con las mujeres y estamos aquí con puros tipos”, cuenta un prisionero mientras escanea la sala. “Yo estoy preso. Tu puedes ver el sol, ir a un centro comercial, hablar con la gente. Yo veo el mismo sitio todo el día”, comenta.
A la derecha
Celdas con rejas blancas flanquean el largo pasillo que lleva a la sala de visitas del área Control, donde mantienen a los más “peligrosos”. Aunque la iluminación es pobre, se observan sábanas sobre colchonetas en el piso de los calabozos y televisores de antigua generación.
El corredor acaba en otra reja blanca. La puerta al final delimita la zona formal de visitas. Un vidrio delatado por huellas dactilares permite ver hacia adentro. Las voces y el crujir de las bolsas de plástico colman la sala. Más de 25 mesas saturan el recinto con, al menos, cinco personas en cada una.
Pocas veces los guardias se asoman por la ventanilla y menos veces entran a la sala, pero cámaras de vigilancia los custodian desde las esquinas. La mayoría las evita con la vista. “Todos sabemos dónde está cada una aunque estén escondidas”, señaló uno de los reos.
El espacio y el estado del sitio demuestran que un sitio de reclusión transitorio y un colegio no formaban parte de las pretensiones del antiguo diseño ideado durante la última dictadura militar de Venezuela. La infraestructura no solo es impropia para albergar a tantas personas, sino que también aloja presos políticos junto a delincuentes comunes por ser sede de un organismo de inteligencia. La estancia de los presidiarios debería ser temporal, pero hasta la fecha, nueve llevan más de 11 años en la sede del Sebin.
En comparación con los demás penales que albergan a los más de “55 mil privados de libertad”, según el primer informe semestral de 2014 del Observatorio Venezolano de Prisiones, El Helicoide es un establecimiento “cinco estrellas”. No como el hotel que planificaron los arquitectos en su maqueta exhibida en el Museo de Arte Moderna (MoMA) de Nueva York, pero sí infinitamente más cómodo que los demás centros de reclusión del país.
La mayoría de los reclusos tienen una colchoneta con sábanas sobre la cual pueden descansar y ver televisión. No obstante, uno de los prisioneros, que también prefirió el anonimato por temor a represalias, aseguró : “Aunque tengamos televisión y nos pueden visitar nuestros familiares, no te confundas, esto no es vida”.
A las 3 pm, hora en la que se vacía la sala de visitas, solo quedan basureros rebosantes de los desperdicios del almuerzo. Para los reos es la vuelta a su celda, a su vida en la mole de concreto, otrora símbolo de la modernidad de la sociedad venezolana.