Ibéyise Pacheco
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I
En mis 20 años de ejercicio del periodismo, no recuerdo haber visto a un periodista venezolano esposado. Algunos me dirán, en la dictadura sí los hubo. ¡Ah, claro!, en otras dictaduras.

Lo del periodista Gustavo Azócar es la calculada continuidad de persecución contra la disidencia, contra los reporteros, contra los medios de comunicación. Con la utilización de la Fiscalía y los tribunales del país ya lograron que Patricia Poleo tuviera que cruzar nuestras fronteras. Ahora tienen a Azócar tras las rejas, sin posibilidades de defensa, y a la espera de que sus verdugos hagan con él lo que les dé la gana.

Con esta detención, este régimen podría estar logrando dos objetivos: silencia a un aguerrido y honesto profesional que cada mañana le mete el dedo en el ojo a la injusticia y a la ineficiencia del gobierno del Táchira y a Ronald Blanco La Cruz, pero además, vuelven a imponer el terrorismo y logran minar el escenario con la autocensura.

Algunos colegas han leído con la detención de Azócar, exactamente lo que eso significa: mañana a ti, esto mismo —o peor— te puede pasar. Una tercera situación es más triste aún: la indiferencia.

O con resignación, o como parte de la rutina. Así también fue percibido el ataque con tres bombas incendiarias que sufrió el diario La Región de Los Teques.

Vivimos justificando nuestra pasividad, elaborando planes, cosas imposibles de realizar, para intentar ocultar la incapacidad de enfrentar políticamente a Chávez.

Exigimos condiciones para que nos digan que no. Se repite hasta el cansancio que hay que retomar la calle, pero es más cómodo ver lo que sucede por televisión. Pocos políticos se están llenando sus zapatos de barro en los barrios. Es una lástima porque se pierden a la oposición chavista.

A pocos sorprendió la detención de Gustavo Azócar. El asunto es que a los periodistas ahora no nos acusarán por delitos de opinión sino por crímenes horrendos, procurando vulnerar nuestra credibilidad. Así viene actuando este régimen. Sin que nada ocurra para impedírselo. Sin la menor resistencia.

¿Será posible entonces que sin votar, sin movilizarnos, sin hacer política en los barrios, sin liderazgo y divididos, logremos sacar a Chávez del poder?

Ruego a todos aquellos que están en esa onda, que por favor me cuenten el secreto, me expliquen cuál es esa fórmula maravillosa, quién tiene la pociónmá gica que logrará invocando escritos inexpugnables, que Chávez salga como ellos dicen, con el rabo entre las piernas. Prometo rezar.

II
Pero ni siquiera se puede rezar tranquilo.

Al Nazareno de Santa Capilla le cayeron a palos. El templo que queda tan cerca de la Vicepresidencia de la República y de la Alcaldía Mayor, no puede construir más rejas más altas.

Están literalmente encapillados. El hampa y la impunidad conviven a sus anchas en ese territorio.

El Nazareno mutilado de Santa Capilla deberá ser un buen símbolo para la procesión en Semana Santa, contrastable con el Simón Bolívar de la escuela de samba Vila Isabel.

Jesús en Venezuela perdió el antebrazo derecho y parte de la frente.

Hasta la cruz le quitaron. Sólo se mantienen como símbolo de la fe, sus pies empalidecidos por los besos de los creyentes.

Cosas del reinado de los delincuentes en el que las mujeres marchan con odio en protesta por problemas del otro lado del mundo, mientras ellas mismas son víctimas de la violencia doméstica, del desempleo, de la crisis hospitalaria, y pare usted de contar. A esa mujeres no les escuché alzar su voz, ni espetar su furia contra las autoridades responsables de la muerte de por lo menos 49 recién nacidos en Carúpano. Tampoco las escuché pronunciarse contra la manipulación de una niña a quien utilizaron el domingo pasado como objeto político para la consagración de la jalada respectiva. Madres que seguramente viven en barrios en los que las mujeres son las que echan pa’lante, levantan sus muchachos, y enfrentan tantos abusos que la presencia de
tropas norteamericanas en Irak es el último punto de la agenda, si es que existe.

Madres que deben vivir con una punzada en el alma con el temor de que sus hijas e hijos sean abusados, asesinados por el malandro que se siente con poder porque está armado y porque no le importa la vida de los demás. Contra esos malandros, corruptos, inmorales, no se pronunciaron las mujeres chavistas.

¿Por qué?