Mayo 12, 2018.- El acento venezolano acapara bares, restaurantes y comercios en Buenos Aires. Atraídos por la facilidad para obtener la residencia y las posibilidades de trabajo y estudio, miles de jóvenes llegaron a Argentina expulsados por la crisis en Venezuela y hallaron en la atención al público el nicho donde empezar a construir sus sueños.
“La gente nos dice que somos amables, atentos, educados. Los venezolanos somos cálidos, es una cuestión cultural”, afirma a dpa Gabriela, una joven periodista que llegó hace cinco meses a Buenos Aires y hoy trabaja como camarera en un bar de la zona norte de Buenos Aires.
Unos 31.000 venezolanos se radicaron en 2017 en Argentina, según estadísticas de la Dirección Nacional de Migraciones, y se estima que este año la cifra aumente en un 30 por ciento.
Gracias al acuerdo del Mercosur, los trámites para que los habitantes de sus países socios obtengan la residencia en Argentina son ágiles. Y pese a que Venezuela fue suspendida el año pasado del bloque que integran también Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, el Gobierno en Buenos Aires decidió mantener estas facilidades para no dificultar la llegada de venezolanos en medio de la crisis humanitaria que atraviesa su país.
“Estábamos entre Chile y Argentina y por cuestiones de documento y papeles nos inclinamos hacia Argentina porque es mucho más fácil ingresar, no nos piden tanto. A los 15 días nos dieron el documento provisorio y unos meses más tarde nos llegó el DNI definitivo. Sólo tuve que presentar los antecedentes penales de Venezuela y los de aquí, un certificado de domicilio, el pasaporte y ya”, explica Angélica, una joven profesora de educación física.
A diferencia de otros países como Colombia o Brasil, adonde llegan familias enteras, a Argentina emigran en su mayoría jóvenes solteros o en pareja, pero sin niños. El billete aéreo es caro y, por ello, difícil de solventar para toda una familia.
De acuerdo con una investigación del portal Infobae, llega mano de obra calificada: un tercio de los inmigrantes venezolanos que entraron al país en los últimos años cuenta con título universitario. Y de ellos, unos 7.000 son ingenieros.
Gabriela, de 27 años, viajó a la Argentina por recomendación de unos amigos que ya se habían instalado un tiempo antes en Buenos Aires. Le llevó unos ocho meses de arduo trabajo ahorrar el dinero para el pasaje, pese a los constantes cortes de luz en el estado de Táchira, que le impedían usar Internet para elaborar y enviar sus notas periodísticas.
“Vivía a 45 kilómetros de la frontera de Colombia, podría haber sido mi primera opción, pero allí está muy difícil”, descartó.
Con ella viajó María, su amiga desde la infancia y hoy arquitecta. A diferencia de Gabriela, María siempre soñó con vivir y trabajar en otro país y no piensa en regresar a Venezuela. Trabaja de barista en el mismo café que su amiga, “es un primer paso”. Su meta es hallar empleo como arquitecta y confía en lograrlo. “Buenos Aires es una ciudad bellísima, nunca pensé que la pasaría tan bien. A la distancia pensaba que iba a ser igual de dura que otras ciudades grandes de Venezuela, como Valencia o Caracas, pero nada que ver”, celebra.
Trabajo a corto plazo
Angélica es una joven venezolana de 28 años que trabaja en la recepción de una cadena de gimnasios de Buenos Aires. Es licenciada en educación física, tiene postgrado en marketing del deporte y es profesora de natación.
Le encantaría ejercer su profesión, pero aún no pudo revalidar sus títulos universitarios porque en la premura por salir del país no llegó a apostillar la documentación. El trámite le llevará su tiempo pero mientras tanto trabaja en la recepción del club, donde recibe siempre con una sonrisa a los clientes.
“Me vine con un primo. Venía hace tiempo maquinando que me quería ir. Fui comprando de a diez, de a 20 o 50 dólares, vendí mi televisor y con mucho esfuerzo compré el boleto de avión. Estoy muy contenta aquí pero extraño a mi familia. Cada vez están peor en Venezuela y temo que enfermen y no puedan comprar sus medicinas”, expresa con la mirada teñida de tristeza.
La joven de 28 años, oriunda de Mérida, llegó hace un año y consiguió rápidamente trabajo para atender al público. Su primer puesto fue en un bar, donde contrarrestó con simpatía y esfuerzo el desafío de sostener la bandeja y aprender los términos culinarios locales: “Me pedían un cortado en jarrito y yo me preguntaba ¿qué es eso? ¿Un marrón, un capuccino, un café, un espresso?”, recuerda ahora entre risas.
“La cultura es totalmente distinta en Venezuela. Aunque la estemos pasando muy mal en nuestro país, siempre tratamos de mantener una sonrisa en la cara, la ética, las buenas costumbres, los modales”, aporta Angélica.
Su objetivo es prosperar para poder ayudar más a su familia con el envío de remesas, al igual que la mayoría de venezolanos que emigraron. En Buenos Aires viven con austeridad y eso les permite ahorrar para enviar dinero a sus seres queridos.
“La semana pasada les envié 1.500 pesos (unos 65 dólares) que equivalen a 28 millones de bolívares, más de 20 salarios mínimos en Venezuela, y que allá rinden mucho más que aquí”, celebra Angélica, a quien la crisis que atraviesa Argentina le “da risa”. “Para mí no representa mucho aún”, sostiene la joven, acostumbrada a los parámetros venezolanos. (DPA)