President Reagan’s Berlin Wall Speech – June 12, 1987
El camarada Schabowski, consultando unos papeles, reiteró que los ciudadanos de la RDA podrían viajar al Oeste sin pasaporte ni visado y, para hacerlo más enfático, leyó el texto del Consejo de Ministros: “los viajes privados al extranjero se pueden autorizar sin presentar una justificación… Las autorizaciones serán emitidas sin demora… Los viajes de duración permanente pueden hacerse en todo puesto fronterizo con la RFA”.
El propio Ehrman, u otro reportero (sobre esto hay dudas), hizo entonces una pregunta capital refiriéndose a la nueva ley:
—¿Cuándo entra en vigor?
A lo que Schabowski respondió luego de hojear sus notas:
—De inmediato.
Eran casi las 7:00 de la noche, pero en el reloj de la Historia tocaba a su fin el siglo que había visto surgir en Europa, como máxima aberración de la cultura occidental, el Estado totalitario, del que sobrevivía entonces, muy maltrecha, su versión comunista.
Decenas de miles de alemanes del Este —que habían seguido la conferencia de prensa en la televisión— no bien oyeron tal anuncio se encaminaron a la frontera que, en Berlín, estaba marcada, desde hacía 28 años, por un muro casi infranqueable que el régimen había levantado para evitar la fuga masiva de ciudadanos hacia la parte occidental de la ciudad: vitrina de la democracia capitalista en medio de la oscuridad y la grisura de la RDA. Berlín Oeste era, además, la avanzada de la OTAN en medio de los dominios del Pacto de Varsovia. Su supervivencia era casi un milagro.
Debía su peculiar estatus a la partición que le habían impuesto a Alemania en 1945 las potencias vencedoras. Berlín, que caía enteramente dentro del sector soviético, estaba sujeta a la misma división. Los soviéticos hicieron de Berlín Oriental la capital de la RDA, un Estado satélite. Berlín Occidental —aunque técnicamente parte de la RFA desde 1950— siguió bajo la tutela de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hasta 1990.
Sin embargo, por más de 15 años, ambos lados de la ciudad habían mantenido la comunicación: se podía pasar de una zona a la otra sin mayores trámites. Esta facilidad había llevado a 3 millones de ciudadanos de la RDA a buscar asilo político. En agosto de 1961, Alemania Oriental había llegado a la conclusión de que si no sellaba esa frontera —por la que también se escapaban polacos, checos, húngaros y hasta rusos— el país terminaría por quedarse vacío. En la noche del 12 de agosto y, sin previo aviso, miles de hombres empezaron a levantar una cerca, que luego se convertiría en un muro de ladrillos y, años más tarde, de hormigón armado. Detrás de esa barrera terminarían por desbrozar todo el terreno para hacer una carretera —o tierra de nadie— bordeada por otra cerca erizada de torres de control, alarmas, perros y guardias con órdenes de dispararle a cualquiera que intentara fugarse. El muro circundó por entero al Berlín libre.
No obstante, en sus 28 años de existencia, el muro no fue óbice para que mucha gente intentara evadirlo hacia la libertad. Doscientas setenta y cuatro personas, según algunos investigadores, y hasta 1,500 según otros, perdieron la vida en el intento y muchos más terminaron en la cárcel. Sólo en el primer mes de su construcción, 85 hombres de las fuerzas de vigilancia, además de 400 civiles, desertaron hacia el lado occidental. Después, cuando salvarlo constituía una proeza suicida, los evasores apelarían a los más ingeniosos recursos para huir: sin excluir los túneles y los globos aerostáticos. Desde hace años, muchos de esos recursos son piezas de museo.
Durante todo ese tiempo, el muro de Berlín fue una afrenta para el pueblo alemán y en general para la dignidad humana, pero Berlín Occidental no sucumbió a ese aislamiento, por el contrario, se convirtió en una ciudad deslumbrante y vital. Los turistas que, ya antes de la caída del muro, tenían la posibilidad de viajar hasta el lado oriental, constataban en minutos la abisal diferencia entre los dos sistemas.
Los líderes del mundo libre empezaron a peregrinar hasta ese límite que tenía su más triste símbolo en la cerrada puerta de Brandemburgo, en pleno corazón de Berlín. Allí, el 11 de junio de 1963, Kennedy se proclamó berlinés y pronosticó el futuro de libertad para el pueblo alemán y para Europa.
Veinticuatro años más tarde, casi en la misma fecha y desde el mismo lugar, el presidente Ronald Reagan, responsabilizaba directamente a la Unión Soviética de la división del pueblo alemán y, al tiempo de reconocer los cambios que empezaban a producirse bajo el liderazgo de Mijaíl Gorbachov, emplazaba directamente a éste a que legitimara sus reformas echando abajo ese símbolo de la intolerancia y la opresión:
Secretario general Gorbachov, si usted busca la paz, si usted busca la prosperidad para la Unión Soviética y Europa Oriental, si usted busca la liberalización: ¡Venga aquí a esta puerta! Señor Gorbachov, ¡abra esta puerta! Señor Gorbachov, ¡derribe este muro!
En el Kremlin había un hombre que creía posible liberalizar y humanizar el comunismo, sin darse cuenta de que era un sistema anquilosado que se derrumbaría ante el mínimo cambio. Gorbachov no mandó a derribar el muro de Berlín, pero hizo algo más radical: les informó a las naciones del Pacto de Varsovia que la URSS no habría de intervenir en sus problemas internos contra la voluntad de sus nacionales. La crisis que había empezado una década antes en Polonia se replicaba ahora en Hungría, en Checoslovaquia, en Bulgaria, en Alemania…
Desde fines de agosto del 89, miles de alemanes empezaron a asilarse en la embajada de la RFA en Praga o en Budapest o, aprovechando cierta laxitud en las fronteras, a entrar también en Austria. En Alemania se produjeron grandes manifestaciones en contra del gobierno que culminaron con la renuncia de Erich Honecker el 18 de octubre, a quien sustituyó Egon Krenz días después. El régimen parecía enfrentarse, súbitamente, a su impopularidad e ilegitimidad. De ahí la decisión de elaborar una nueva ley migratoria al objeto de aflojar las tensiones, pero ya no eran dueños de la iniciativa.
Hacia las 11:00 de la noche, cuando el gentío en los pasos fronterizos era una marea humana exigente y amenazadora, los guardias recibieron la orden de dejarlos pasar y Berlín Occidental se convirtió en el escenario de una gigantesca fiesta de familia. Casi de inmediato, los ciudadanos la emprendieron a martillazos con el muro o se sentaron a beber cerveza encima de él, algo que, sólo unas horas antes, habría sido incurrir en un riesgo mortal. Después llegarían las grúas y los buldóceres. Alguien aconsejó que dejaran en pie un retazo del muro con el fin de crear una especie de galería al aire libre, y es así que existe un segmento de más de un kilómetro de largo en el que más de 100 artistas de todo el mundo han pintado murales en homenaje a la más noble aspiración humana que, una vez más, había salido victoriosa: la libertad.
El muro en cifras:
41.91 Km de muro de 3,60 m de alto
58,95 Km de muro prefabricado de 3,40 m de alto
68,42 km de alambre de púas de 2,90 m. de alto
302 torres de vigilancia
31 puestos de control
5.000 intentos de fuga
Uploaded on Feb 10, 2008
Extractos del histórico discurso de JFK en Berlín el 26 de junio de 1963 con subtítulos en español, traducidos por mí. Dedicado por RC a todo el personal y agentes de Tonelería Victoria / Radoux España.