Trabajé como docente nueve meses en la Universidad Bolivariana de Venezuela, pero esa breve experiencia suscitó una gran transformación en mí. Al inicio, simpatizaba con el gobierno de Hugo Chávez. Al final, asumí el compromiso de nunca más votar por él.
La Universidad Bolivariana de Venezuela es una institución pública, financiada con los recursos del Estado. Es un elemental principio de justicia que, si todos los venezolanos contribuyen con sus impuestos al mantenimiento de esa universidad, todos tengan un mínimo de representación ideológica en ella. Sin embargo, no existe tal cosa en esa universidad. Ahí se persigue un agresivo programa de adoctrinamiento. Se investiga a los profesores, a fin de asegurarse de que guardan lealtad ideológica al gobierno, y el contenido curricular es increíblemente tendencioso.
No hay en esa universidad la menor posibilidad de hacer públicamente un comentario a favor de Adam Smith, o en contra de Simón Bolívar; el profesor que lo haga, corre el riesgo de ser expulsado. Incluso, ni siquiera estaría permitido que un estudiante lleve una franela que represente a un partido político opositor al gobierno (mientras que, por supuesto, hay plenitud de estudiantes que llevan franelas que representan al partido oficialista). Es evidente que, en una universidad como ésa, el nivel de diálogo y discusión es pobrísimo, y su mediocridad es prominente.
Hay, por supuesto, muchas universidades que funcionan de ese modo. Es de esperar que, en una universidad privada del Opus Dei, el profesor que se atreva a hacer un comentario crítico sobre Escrivá de Balaguer corra el riesgo de ser expulsado. Eso, claro está, es también objetable. Pero, hay una diferencia crucial, la cual es muchas veces ignorada: las universidades privadas no reciben fondos públicos, mientras que la Universidad Bolivariana de Venezuela sí. Y, es injusto que la universidad en cuestión reciba fondos públicos de todos los venezolanos, pero sólo permita la ideología de algunos venezolanos.
Pero, lo trágico de la Universidad Bolivariana de Venezuela no se limita a lo tendencioso de sus programas, sino también a las técnicas que emplean para adoctrinar a los profesores y estudiantes. Antes de empezar a trabajar, asistí a un curso de supuesta preparación docente. En realidad, en el curso nos exponían a observar videos propagandistas a favor del gobierno, como por ejemplo, documentales sobre el 11 de abril de 2002. Las conferencias que recibíamos eran sumamente agresivas (una ocasión fue un coronel a decirnos que alguna vez, Venezuela tendría que invadir Aruba y Curazao). Y, al final, era necesario entregar un ensayo sobre la educación. Puesto que, a partir de ese informe, se haría una selección, los aspirantes sabíamos que, para complacer a los jurados, era necesario cubrir el escrito con un tono político tendencioso.
Entre los profesores, había un clima de suma desconfianza. Se rumoreaba que había espías vigilando nuestras posturas políticas. La coordinadora de la Universidad Bolivariana en aquella época, continuamente convocaba reuniones a las cuales los profesores obligatoriamente debíamos acudir, a escuchar sus discursos políticos. En varias ocasiones, advertía que, en la universidad, había gente desleal al gobierno, y que era necesario expurgarlos. Esto, por supuesto, contribuía al clima de paranoia y desconfianza.
Buena parte de esos espías eran los mismos estudiantes, quienes vigilaban todo lo que el profesor decía. En cierta ocasión, reseñé en clase que en Cuba hubo fusilamientos. Un estudiante me acusó frente a la decana de mi facultad, y ésta me llamó en privado para advertirme que debía cuidar lo que yo decía. Casi nunca hice comentarios políticos abiertamente. Pero, al final, había sido etiquetado como uno de los desleales al gobierno que trabaja ahí, y recibí maltratos de algunos co-trabajadores (nunca propiamente de mis jefes, debo admitir).
Antes de empezar a trabajar en la Universidad Bolivariana, varios amigos y familiares me habían advertido que ahí me ‘lavarían el cerebro’. Aquella advertencia me parecía una tontería. Pero, después de esa experiencia, me doy cuenta de que no estaban tan equivocados. Ciertamente intentaron hacer algo parecido a un lavado de cerebro. Pero, por supuesto, no lo lograron.
Los simpatizantes del gobierno de Chávez no disputan el carácter tan tendencioso que tiene la Universidad Bolivariana, y sus pretensiones de adoctrinamiento. Pero, se excusan bajo la idea de que todo sistema educativo cumple una función de adoctrinamiento, y que en ese sentido, ellos tienen plena legitimidad en intentar divulgar la ideología oficial del gobierno.
Probablemente el mayor artífice de esta idea fue el filósofo marxista Louis Althusser. A su juicio, los Estados burgueses cuentan con aparatos ideológicos que se encargan de reproducir las condiciones de explotación. El principal aparato ideológico es, según Althusser, la educación. El sistema educativo tiene el objetivo de transmitir valores que permitan que los burgueses mantengan el status quo, y las masas proletarias no se rebelen. En ese sentido, a partir de Althusser, se ha asumido la idea de que, puesto que toda educación es necesariamente transmisora de ideologías, lo importante es asegurarse de que se transmita la ideología liberadora, y no la burguesa.
El análisis de Althusser tiene un alto grado de plausibilidad: los valores transmitidos en la educación ciertamente coinciden muchas veces con los valores de la clase dominante. Pero, sería un error asumir que todos los sistemas educativos incentivan en igual grado el adoctrinamiento de los educandos. En un sistema educativo liberal, se presenta al pupilo con varias alternativas ideológicas, y se permite que éste decida hacia cuál se inclina. En estos sistemas, se trata lo menos posible de acudir a métodos manipulativos o coercitivos. Hay, por supuesto, formas sutiles de dar la apariencia de presentar un sistema educativo liberal, pero en el fondo, transmitir la ideología de dominio. Y, hacia esas formas sutiles está dirigida la crítica de Althusser y sus seguidores.
Pero, aun si hacemos bien en desenmascarar a la educación liberal y colocar al descubierto sus métodos sutiles de ‘lavado de cerebro’, es insensato asumir que una educación de adoctrinamiento sutil tiene el mismo calibre que una educación de adoctrinamiento agresivo. La imposición deliberada, la manipulación y la coerción sí hacen una diferencia sustanciosa. Y, aun si admitimos que las universidades norteamericanas buscan reproducir la ideología burguesa, también debemos admitir que estas universidades dejan muchísimo más espacio a la libertad intelectual, que las universidades cubanas o norcoreanas. En EE.UU. hay plenitud de profesores universitarios marxistas; en Cuba no hay profesores universitarios liberales. Quizás las universidades norteamericanas han buscado sutilmente reproducir el sistema dominante, pero precisamente su concepción liberal de la educación permite que surjan voces disidentes en su seno.
Una educación como la que se provee en la Universidad Bolivariana de Venezuela es mucho más invasiva de la autonomía intelectual de los individuos. Ahí no hay la menor posibilidad de presentar visiones alternativas. Se espera que el pupilo internalice todo sin cuestionar nada. Y, las técnicas empleadas son las favoritas de los sistemas totalitarios: amedrentamiento (“es necesario expulsar a los opositores de esta universidad”), manipulación emocional (“si no fuera por nosotros, Uds. no tendrían educación”), propaganda (presencia de imágenes políticas en todos los espacios), etc.
Pero, así como he advertido que hay diversos grados de adoctrinamiento, y que una educación liberal (aun si, como sostiene Althusser, sirve como aparato ideológico del Estado) es mucho más deseable que una educación abiertamente adoctrinante como la que se provee en la Universidad Bolivariana de Venezuela, debo también advertir que los alegatos en torno al ‘lavado de cerebro’ son muchas veces exagerados.
Un régimen puede manipular mediante su aparato propagandístico, e intentar adoctrinar mediante su sistema educativo. Pero, afortunadamente, los adultos contamos con la suficiente autonomía individual para resistir. Si nuestras convicciones son lo suficientemente fuertes, ninguna manipulación podrá conducirnos a hacer cosas que nosotros no queramos hacer. Muy difícilmente la manipulación y el adoctrinamiento nos convencerá de algo para lo cual no tengamos alguna inclinación previa.
Durante la guerra de Corea, se rumoró en EE.UU. que el ejército chino había sometido a ‘lavados de cerebros’ a los soldados norteamericanos capturados mediante técnicas psicológicas misteriosas, y había logrado convertir a éstos en comunistas convencidos. Es cierto que el gobierno de Mao, durante la Revolución Cultural, promovió una ‘reforma del pensamiento’: los disidentes serían sometidos a humillaciones públicas y otras formas de tortura psicológica, y con eso se buscaba que modificaran sus posturas políticas.
Pero, es muy dudoso que esto alguna vez logró los objetivos esperados. Aquellos soldados norteamericanos que se convirtieron en comunistas durante la guerra de Corea seguramente ya tenían algún germen de simpatía por el comunismo, al menos bajo la forma “el comunismo no es tan malo”. Ciertamente una dosis de manipulación puede inclinar a una persona hacia una u otra tendencia, pero nunca radicalmente en detrimento de su postura original.
Escenarios retratados en filmes como El candidato de Manchuria, según los cuales los individuos tienen un prolongadísimo efecto de sugestión post-hipnótica, o que es posible invadir la mente de las personas para que hagan cosas que no quieren hacer, son ficticios. Mucho más real es el escenario de La naranja mecánica: someter a un individuo a la observación involuntaria de imágenes no altera en gran medida su configuración mental.
La CIA alguna vez trató de emular a los chinos con un programa de manipulación mental, llamado MKULTRA. Por varios años, trató de lavar el cerebro a muchas personas sin su consentimiento, mediante la administración de drogas, manipulación emocional, amedrentamiento, etc. Su objetivo era cultivar agentes despojados de autonomía psíquica, a fin de que pudieran cumplir misiones peligrosas. La CIA nunca logró su objetivo, y MKULTRA, además de ser una monstruosidad moral, fue un fiasco: nunca logró doblegar por completo la voluntad de sus sujetos.
La propaganda y el adoctrinamiento existen, y son sumamente objetables. Contrario a lo que opinan los seguidores de Althusser, es mucho más moralmente objetable imponer valores mediante la manipulación y el amedrentamiento, que mediante la persuasión sutil. Por ello, el perfil de la Universidad Bolivariana de Venezuela es sumamente objetable. Pero, ni la CIA, ni la Universidad Bolivariana de Venezuela, tienen el poder de hacer un ‘lavado de cerebro’, tal como se entiende este término tradicionalmente, a saber, como la supresión total de la voluntad y la autonomía psíquica de los individuos. Fue precisamente por ello que, aun con los intentos de ‘lavarme el cerebro’ en la Universidad Bolivariana de Venezuela, hoy rechazo su ideología.
[Publicado originalmente en http://opinionesdegabriel.blogspot.com/2012/02/mi-lavado-de-cerebro-en-la-universidad.html]