27 / 09 / 2012

Este gobierno no imparte justicia, reparte venganza
Carla Angola / Globovisión
Nuestro tema diario de discusión es que no somos libres en Venezuela. ¡Sí, así de tajante! ¿Para qué adornarlo más? En una sola frase se resume: ¡No somos libres!

El gobierno vive hablando de independencia y libertad pero… ¿Usted es libre? ¿Se siente libre? ¿Es libre de ahorrar cómo quiera, en la moneda que quiera? ¿Es libre de transitar por la calle, a cualquier hora y sentirse tranquilo? ¿Enciende el interruptor de la luz y siempre disfruta del servicio? ¿Usted selecciona lo que necesita en su hogar o debe conformarse con lo que encuentra en el anaquel? ¡Lleva lo que hay ese día en el mercado! ¿Cierto? ¡Pues entonces, no es libre! ¡No somos libres! No tenemos que profundizar en el tema político, en la discriminación de este gobierno a todo aquel que disienta. Con evaluar nuestras necesidades básicas, tenemos. Este debate acerca de tanto desorden se ha robado nuestros mejores años. Nos han condenado a resistir, a sobrevivir como podamos en medio de este caos. Y esa discusión consume el valioso tiempo que deberíamos utilizar en crear, en progresar y en vivir. Vivir plenamente.

Y bueno, cuando es tanto lo que te agobia, es poco probable recordar a tantos quienes viven una pesadilla mil veces peor. Han sido tantas las heridas y marcas que nos ha dejado este gobierno que a veces cuesta salir del desasosiego personal y consolar a otro. Pero esta vez miré alrededor y escogí a alguien. Decidí detener por un momento en mi cabeza las expectativas por lo que viviremos en apenas unos días, el 7 de octubre. Giré y vino a mi cabeza Iván Simonovis.

¡No somos libres! … ¿Qué dirá él? Piense por un momento en él… Si para cualquiera de nosotros un cambio de gobierno es la esperanza de transformar nuestras vidas… ¿Qué significará para alguien a quién se le detuvo la vida hace ocho años? ¿Cuántas veces olvidamos a tantos como él? Hoy no me lo permití y afortunadamente aceptó conversar conmigo. Su esposa sirvió de intermediaria. Arturo Graf decía que las grandes elevaciones del alma no son posibles sino en la soledad y en el silencio. Seguramente él elegía como poeta cuando elevarse y cuando no. Este comisario no tiene esa opción.

Carla Angola: Iván, descríbame la noche más dura de estos ocho años. La más difícil.
Iván Simonovis: En la prisión todos los días son iguales, sólo hay días malos o peores. Algunos días algo te sacude, usualmente lo familiar. Las noches no son diferentes, de hecho si no fuese porque existe una rutina de cierres y apertura de los candados, no sabes si es de noche o de día. Los primeros meses fueron los de mayor incertidumbre. Internalizar lo que sucedía, fue complicado. Yo ya no estaba en casa y eso trastocó la rutina de todos. En segundo lugar, lo económico. Bony (De Simonovis, su esposa) y yo habíamos iniciado nuestra empresa y teníamos compromisos de trabajo, pero al estar yo preso, ella tendría que hacerse cargo de esos compromisos, de mi defensa y de los asuntos de la casa. En tercer lugar, las primeras visitas con los niños fueron devastadoras. Sólo se me permitía verlos 20 minutos frente a unos funcionarios. Cómo le explicas a un niño de 11 años que vio siempre a su papá como un buen policía, que ahora está preso. Luego Bony en el 2005, salió a hacer campaña por mí en las elecciones parlamentarias y, la administración de esa época, decidió encerrarme en una celda peor. Estuve allí un mes y medio sólo con un colchón en el piso. Me abrían una sola vez para ir al baño y me quitaron todos los utensilios de limpieza personal. Cuando los niños me vieron, casi no me reconocían. De manera que ¿La peor noche? Todas son igual de horribles.

Carla Angola:
¿Cuántas veces ha perdido la fe? ¿Cómo hace para recuperarla? ¿Cómo se mantiene la cordura, la calma… ¿Cómo se controlan los demonios internos que todos tenemos, cuando por casi una década sólo ves cuatro paredes en un espacio de dos por dos?
Iván Simonovis: La Biblia quizás sea el libro de mayor circulación en una cárcel – todos recuerdan Santa Bárbara cuando llueve -. El “escape” religioso funciona para muchos. Yo he pensado en la prisión como un confesionario, parece un muro de lamentaciones. Mi relación con el mundo religioso o espiritual siempre ha estado llena de rebeldía y a mi dejó de acompañarme cuando era adolescente. Soy católico y creo en una figura que dio origen a donde llegamos, pero hasta ahí. Creo más en el destino del hombre. Cuando fui preso he podido como muchos adormecer mis angustias refugiándome en esos dogmas, pero no es mi forma de ser. La policía acentuó mi pragmatismo sobre la religiones, pienso que cada hombre labra su destino y luego vienen las “circunstancias”. Esas variables imponderables que no controlas, pero que te cambian la vida en un segundo.

Tengo un hermano sacerdote quien vive en Lituania y vino a visitarme hace poco. Teníamos más de 9 años sin vernos. Me habló de todas las oraciones y misas que había hecho por mí, así que le respondí: Si Dios no te escuchó a ti que eres un representante de Él en la tierra, a mí difícilmente me escuche.

Hay situaciones de las que el hombre no puede escapar y, lamentablemente, este fue el destino que me tocó a mí.

Carla Angola:
Dicen que se está quedando ciego. ¿Eso es cierto? ¿Cuáles han sido las consecuencias del encierro, en su cuerpo? ¿Siente dolor? ¿Físico?
Iván Simonovis: Acá la luz es de neón las 24 horas del día. Con la llegada de Nelson Mezerhane se permitió colocar luz en las celdas. Antes de eso, sólo había luz en el pasillo. De los 2.880 días que llevo en prisión, sólo he podido tener acceso a 45 días de aire puro y sol. Fue en el 2007 cuando se permitió que empezáramos a tener 2 horas de sol al mes. Ahora son 4 horas y media. Eso obviamente afecta la vista. Más allá de eso, se me detectó una degradación ósea más avanzada de la de una persona de mi edad. Tomo suplementos pero según los médicos eso no es suficiente. En 2009 solicitamos al tribunal correspondiente una orden para que me trasladaran a una clínica para hacerme unos exámenes en la columna. Esa orden del tribunal llegó dos años después. De allí se desprendía que debían hacerme más exámenes. Fue 10 meses después que me enviaron al Hospital Militar pero no tenían los equipos necesarios, sin embargo, ratificaron el diagnóstico. Además de esto, la Fiscalía me ha revisado dos veces aquí, acompañados de médicos forenses quienes ratifican los informes médicos y nada pasa, me dejan sin atención. Sigo esperando el tratamiento y como le dije a una médico forense, esas son las patologías que se me han detectado, es decir, no sé qué otras cosas pueda estar padeciendo.

Carla Angola: ¿Con quién conversa allí? ¿Cómo drena la tensión?
Iván Simonovis: Aquí hay 29 presos, 7 en mi pasillo. Siempre hay algo que hablar pero no soy de los que les gusta instalarse horas a conversar. Si me interesa el tema, escucho y doy mi opinión. Ves a las mismas personas todos los días. Soy el preso más antiguo aquí. Llega un momento en que se me acaban los temas. No sabes cuándo termina este secuestro y a veces se tiene la sensación de estar condenado sólo a mirar atrás. A que el futuro es sólo una incógnita. Que este castigo no tiene fecha de vencimiento.

El ocio es el peor enemigo del preso. ¡Mi caso es así! Te despiertas y lo primero que ves es la odiosa reja. Luego comienza todo de nuevo: ir al baño y asearte, desayunar, conversar sobre algo, leer, ver televisión. Los 2 días de visita preparas todo para recibir la familia o amigos… y ya. Yo en mi rutina incluyo un poco de ejercicio. Haces lo posible por evadir. Es necesaria una ruptura con la monotonía, de lo contrario, no podrás alejar los pensamientos que te atormentan a diario.

Yo he tenido varias rutinas porque hasta las rutinas te enloquecen, de hecho fue así que se me ocurrió escribir la guía anticrimen y recientemente terminé mi libro. Espero sacarlo a finales de año.

Nada de eso evita las manifestaciones emocionales, pero sabes que debes sobrellevar la situación como sea.

Carla Angola: ¿Qué libros lee?
Iván Simonovis: La peor novela que he leído ha sido el expediente de mi juicio. Me formé como investigador criminal, me preparé para muchas cosas y en mis 23 años en la PTJ (Ahora Cicpc), en los que leí centenares de expedientes, declaraciones, experticias, asistí a juicios para defender la justicia, me tocó tomar decisiones de alto riesgo… Jamás me preparé para esto y jamás vi tanta saña ni odio. Hoy día pienso: ¿Justicia? No sé qué sentir… Ira o indignación. Trago fuerte, tomo aire y trato de controlar mis pensamientos. Han sido casi 8 años de lacerante sufrimiento para mi familia y para mí en este mundo bizarro. Intento por todos los medios no desmoronarme, decaer o convertirme en un minusválido. Así que a diario esculpo mi alma con un martillo y luego la afino con toques de inteligencia.

Carla Angola: ¿Tiene pesadillas?
Iván Simonovis: “Tiene” suena esporádico… ¡Esto es una pesadilla que nunca termina! Abres los ojos y aun estas allí en el monasterio de la oscuridad. En esta construcción gris, cemento, hierro. Lo que no puedes es dejar de soñar. Si no sueñas, desapareces. Por el momento la mayor y única ilusión es la libertad. Si te pierdes en un sitio inhóspito pensarás sólo en cómo sobrevivir pero en algún momento piensas en que será lo primero que harás cuando te rescaten. El sueño aquí es ver a diario la luz del sol, la lluvia, las noches, sentir el aire en la cara y estar con la familia.

El problema del gobierno es apretar y el mío, resistir, resistir un poco más.

Carla Angola: ¿Lo han lastimado físicamente estando allí?
Iván Simonovis: No, jamás. Pero los funcionarios ejercen una supervisión permanente, directa y total. Todo lo controlan y aún cuando se han presentado situaciones difíciles, jamás se ha planteado el uso de la fuerza física. Yo diría que existe un respeto mutuo.

Carla Angola: ¿Qué es lo más duro de criar a dos chamos prácticamente a distancia?
Iván Simonovis: En la cárcel haces un esfuerzo por hacer la visita más agradable, les preparo sorpresas y los recibo con una gran sonrisa. Pero con el tiempo la sonrisa se va desdibujando de mi rostro, una risa o una sonrisa es la expresión de alegría, felicidad, comodidad… Eso no existe aquí.

El 19 de Noviembre del año 2004 salí mi casa a trabajar y me despedí de mi esposa Bony, una niña de 7 años (Ivana) y uno de 11 (Iván), hoy día tienen 15 y 19 años. No asistí a la primera comunión de Ivana, cumpleaños, navidades, días del padre o de la madre, paseos, almuerzos, todo se fue de la noche a la mañana. Tengo una hija mayor (Jessica) quien se graduó en la universidad hace 4 años. Sencillamente me perdí la etapa más importante de la vida con mis hijos y con mi esposa. Nos perdimos de todo.

Hay días en que siento que esto es como ver una película en blanco y negro. Han pasado muchos años y allí estás como frente a un televisor que cuenta tu vida pero tú no eres parte de eso, eres sólo un espectador. Duelen los recuerdos de mis días de libertad. Hoy se presentan como un “flash” que hizo cortocircuito. Ni mi esposa ni mis hijos ni familia en general imaginamos el sufrimiento que nos tocaría vivir y que aún padecemos.

Carla Angola: ¿En qué ha cambiado psicológicamente?
Iván Simonovis: Mi vida no cambió cuando fui ilegalmente detenido, se detuvo. Aún cuando las auténticas limitaciones de libertad no vienen del control del espacio físico si no emocional, nunca imaginé la cantidad de horas de mi vida que consumiría en éste lugar. Dejé de formar parte del día a día de mis seres queridos. Los llamo todos los días del teléfono público, trato de conversar el mayor tiempo posible y apoyarlos en lo que pueda.
Escuchar la voz de Bony o de mis hijos es el alimento de mi esperanza. Conversar un rato con ellos me recuerda el lugar al que pertenezco y sabes que tienes un espacio en sus corazones. El sonido de sus voces se transforma en caricias, ese el poder emocional de la palabra tras las rejas. Ni en mil vidas podré devolverles tanta comprensión. Cuando recién llegan a la visita las primeras palabras no son más que monosílabos pero luego todo se normaliza, sin duda la falta de ese “día a día” impide que fluyan las palabras de manera fácil y coherente.

Carla Angola: ¿Ha vivido algún día de felicidad estando detenido?
Iván Simonovis: No creo haya vivido un sólo día de felicidad. Para sobrevivir en esta caja de cemento debes esforzarte y no caer en el ansiedad. Hay una expresión carcelaria: “De aquí se sale”. Lo usas como instrumento de control psicológico y termina siendo un eslogan para evitar que la percibamos, por larga que sea, como una situación perpetua en nuestras vidas.
Por otro lado, contra el tiempo no se puede luchar, poco a poco te das cuenta del deterioro personal. El rostro se contrae, el rictus se hace más severo, los ojos pierden brillo, los movimientos corporales son más lentos. En realidad la cárcel te hace un callo pero en el alma.

Carla Angola: ¿Qué siente por sus captores? ¿Por los responsables de su encierro? ¿Sobre todo después que Aponte Aponte ratifica todas las denuncias de sus abogados sobre una condena política?
Iván Simonovis: Aponte Aponte no dijo nada que no supiéramos. Tengo 93 meses preso. Sumando todos los días de visita he podido compartir sólo 4 meses con mi familia. ¡Aparece el jefe de todos los jueces penales del país y confiesa que nos condeno sin pruebas! ¡Con esa confesión en cualquier país medianamente democrático ya deberían haber librado boletas de excarcelación!

Indignación, rabia, frustración, dolor, no sabes qué pasa, ni qué pensar.

Todo está al revés. La justicia busca la armonía en la sociedad, la venganza satisfacer un deseo personal. Nuestro caso es un caso de venganza. Todo el poder del Estado está en manos del puño de hierro del presidente. Usa a jueces y a fiscales como mecanismo de intimidación y terrorismo psicológico. Aquí empresarios, militares, policías, periodistas y ciudadanos comunes son parte de una rifa siniestra donde los premios son expropiación, exilio, cárcel y en el mejor de los casos, el descrédito público.

Carla Angola: Cuando aquel día escuchó decir que lo condenaban a 30 años de cárcel. ¿Qué pasó por su mente? ¿Cómo reaccionó su cuerpo?
Iván Simonovis: Bony y yo estábamos parados frente a la juez, ella me agarró la mano y apretó con fuerza. La juez Marjorie Calderón terminó y abandonó la sala de juicio. Nos abrazamos durante unos segundos a la vez que tratábamos de digerir lo que acabábamos de oír. De inmediato pensé en mis hijos y en cómo se lo diríamos. No teníamos teléfonos allí porque los habían prohibido. Cuando pudimos, nos comunicamos con la familia. Obviamente ya lo sabían. Dos días después era nuestro aniversario de boda.

Hay una sola explicación: la ruin miseria humana se apoderó de la justicia. Cuando el campo de lo injusto queda en manos de los arbitrarios, desaparecen los límites que demarcan principios y valores.

Mi obligación es sobrevivir a esta barbarie judicial. “Al hombre se le puede arrebatar todo menos una cosa, la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino”. Viktor Frankl.

Carla Angola: ¿Cuáles son esos pensamientos que están en su mente que dice debe controlar?
Iván Simonovis: Los que generan ansiedad. La ansiedad te lleva a la desesperación. Debes controlar la ansiedad, debes ponerla en estado vegetativo. Eventualmente surgirá alguna noticia que despierte la esperanza de la añorada libertad pero mientras eso sucede debes mantenerla dormida, es como un tratamiento terapéutico que te ayuda con la estabilidad emocional.

Carla Angola: ¿Llora?
Iván Simonovis: ¡Quisiera muchas veces llorar! Entiendo que es una forma de desahogarse pero para mí no es fácil.

Carla Angola: ¿Que imágenes tiene en la celda?
Iván Simonovis: Sólo un Cristo que me regaló mi hermano.

Carla Angola: ¿Fotos? ¿Afiches? ¿Qué se ve en su celda, además de la reja?
Iván Simonovis: No tengo nada, lo más limpio posible. Durante un tiempo tuve un corcho con fotos familiares pero ver las fotos y luego verlos en la visita era un contraste que yo en lo personal no quiero vivir cada semana. Tengo unas fotos de ellos guardas y eventualmente las saco y observo. Duele igual pero no es semanal.

Carla Angola: Siente que así como el gobierno, el país de alguna manera lo ha olvidado en esa celda
Iván Simonovis: Ese 11 de abril defendimos los derechos de más de un millón y medio de personas y en más de una oportunidad vi que en el área de público, en la sala de audiencia durante el juicio en Maracay, no había más de 7 u 8 personas, incluyendo nuestro familiares o amigos. Es entendible por la distancia pero en 3 años y medio de juicio, la sala sólo se llenó dos o tres veces. Una de ellas, el día que nos condenaron a morir en estos calabozos. Sí ¡A morir!

Nadie sobrevive 30 años en una celda de éstas. De todas maneras le estoy agradecido a los medios de comunicación y a muchos periodistas, quienes como tú, no dejan que nuestro caso se sepulte. Por siempre, mis palabras de agradecimiento.

Carla Angola: ¿Qué pasó con sus amigos? ¿Todos se portaron a la altura o siente que algunos lo decepcionaron y desaparecieron?
Iván Simonovis: ¿Amigos? Como suele suceder en estos casos o de enfermedad, muchos se esfuman. Algunos hasta enviaron mensajes con terceros, advirtiéndole a Bony que no los contactara. Esos son los amigos del “cargo”, sólo interesas mientras a ellos les interesa. Pero también pasó con la propia familia así que esto al final, no te sorprende. Pero por otro lado has descubierto nuevos y mejores amigos. Esos incondicionales, quienes están ahí siempre listos para colaborar pase lo que pase. En Maracay había un grupo de señoras, quienes bajo ninguna circunstancias dejaban de estar en la sala de juicio. Yo no las conocía.

Carla Angola: Podría estar a pocos meses de ser libre, si cambia el gobierno. ¿Se hace ilusiones con eso o prefiere ignorarlo?
Iván Simonovis: Por sentido común prefiero ignorarlo. Pero el 7-O me permitiré sacar la ansiedad de su cueva, del letargo y esperaré los resultados.
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