El ciclo histórico que se cumple tras 50 años de totalitarismo en Cuba marca también el presidio político más prolongado en la historia de la nación. La historia del presidio político cubano comienza el 21 de Octubre de 1869, cuando José Martí, tras los enfrentamientos frente al Teatro Villanueva entre patriotas cubanos y voluntarios españoles, es condenado por un Consejo de Guerra a seis años de cárcel y enviado a trabajos forzados en La Cantera de San Lázaro, en Isla de Pinos. Mucho más tarde fueron encarcelados allí mismo luchadores contra las dictaduras de Machado y Batista, hasta que en 1959 empieza como una explosión el presidio político histórico, que se prolonga hasta nuestros días en una amalgama que abarca a los heroicos expedicionarios de Bahía de Cochinos, los 75 disidentes detenidos en la Primavera del Terror del 2003, pasando por las decenas de patriotas condenados en cárceles estadounidenses.
En 1958 en Cuba sólo había una cárcel en cada una de las seis provincias –dos en Oriente– y los vivac en las ciudades. Existía además la cárcel de menores en Torrens y la de Isla de Pinos. Casi cinco décadas después, cálculos conservadores indican que hay al menos 350 cárceles de diferentes niveles de seguridad.
Si de algo puede enorgullecerse el presidio político es de su continuidad y del entrelazamiento ceñido y firme de sus diferentes épocas históricas. De su jerarquía propia. Con decenas de combatientes que pasaron infinidad de años tras las rejas, como el inolvidable Mario Chanes de Armas, condenado a 30 años de prisión, el preso político con más tiempo tras las rejas en el mundo. Resulta imprescindible nombrar a Armando Valladares –y su libro Contra toda esperanza–, así como a hombres del decoro y el valor personal de Alfredo Izaguirre Hornedo. Mártires de la magnitud de Ernesto Díaz Madruga, Diosdado Aquit Manrique, Julio Tang Texier y tantos otros que harían esta lista interminable.
¿Sería acertado afirmar que fue la prisión un lugar mágico de hermosas ironías y contrapuntos?
Cuando Roberto Martín Pérez, que cumplió 28 años en prisión, fue encarcelado en 1959, jamás imaginó que Eusebio Peñalver, condenado en 1960 a 28 años, compartiría sus experiencias. Y ninguno de los dos podría haber soñado ni remotamente que Vladimiro Roca, décadas más tarde, cumpliría su pena en las mismas prisiones que albergaron a los dos.
El día que Pedro Luis Boitel murió en 1972, tras 53 días de huelga de hambre, no pudo vislumbrar que en 1992 Jorge Luis García Pérez “Antúnez”, un joven que nació cuando Pedro Luis cumplía tres de prisión, iba a reeditar su estrategia y acosar a sus carceleros con los mismos métodos del candidato a la presidencia de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).
En 1962 el Dr. Alberto Fibla fue condenado a 28 años de prisión cuando todavía el Dr. Oscar Elías Biscet, otro médico, no había nacido. El poeta Angel Cuadras cumplió 15 años de prisión; Raúl Rivero, otro poeta, en una persecución digna de sus metáforas, siguió sus pasos décadas más tarde. Una última similitud fue cuando América Quesada y Cary Roque fueron encarceladas, sin imaginar que Martha Beatriz Roque Cabello sería condenada en otro momento a 20 años de cárcel por defender idénticos conceptos ciudadanos.
Escribir sobre estas cosas no es fácil. Evocar estos años de prisión crea un dolor atroz. Nos hacen daño porque es volver a vivirlos. Fueron demasiado lacerantes y sus cicatrices –decir otra cosa sería mentir– no se cierran. Si regresamos a aquel infierno de la mano de los recuerdos, chocan los unos contra los otros, las ideas pierden su rumbo, algo nos oprime el pecho y no escribimos con claridad, sino con una inmensa angustia.
La obsesión por narrar la experiencia con exactitud, reflejar el color del espanto y el miedo, el orgullo y el desafío, nos embarga. Y nos atascamos donde no podemos, quizás por soberbia, en nuestro sufrimiento. Que no debemos mostrar al mundo desnudo, porque si bien es verdad que los pueblos odian a los verdugos, también un exceso de compasión se convierte en desprecio por las víctimas.
En el umbral de una transición histórica, la nomenclatura comunista sabe que con el presidio se cometió un error garrafal, error que no tiene arreglo. Lo ha dicho varias veces Fidel Castro. Lo repitió meses atrás Carlos Lage Dávila durante una visita a Venezuela: “En Cuba jamás se ha torturado a un preso político”. Lo gritan, lo proclaman, lo juran. Hace unos días nos decía Ramiro Gómez Barruecos, nuestro compañero entrañable en la prisión de Isla de Pinos: “No es que nos teman a nosotros, lo que sienten horror es por los crímenes que cometieron contra nosotros”.
Tiene razón: cuando el mundo conozca la barbarie de la Cárcel de Mujeres de Guanajay, las celdas tapiadas de Boniato y el Plan de Trabajo Forzado de Isla de Pinos, se asombrará de la infinita capacidad de crueldad de un gobierno contra un puñado de mujeres y hombres desarmados e indefensos.
Las experiencias históricas anteriores son inapreciables para leer el futuro. De la misma manera que no se pudieron ocultar los horrores de Adolfo Hitler y Josef Stalin, de Augusto Pinochet y la junta militar argentina, de Francisco Franco Bahamondes y Rafael Leónidas Trujillo, no se podrán ocultar los crímenes de Fidel Castro. La historia tiene una pala que desentierra mágicamente los crímenes políticos de la humanidad. El asesinato carece de ideología, a la tortura no puede defenderla ninguna bandera, la furia ciega del martillo enloquecido y feroz contra un yunque indefenso no lo puede reivindicar nadie.
Hoy el gobierno de Cuba es el habla y el mundo la escucha. Y nosotros, ¿quiénes somos? Un puñado de sobrevivientes que carecemos de todo salvo vergüenza, que morimos todos los días lentamente de asco. Con el silencio congelado en el pecho. Esperando el minuto. Nuestro minuto de tomar la palabra y ensordecer y avergonzar al mundo a gritos.
Entonces cobrará vida el cuerpo del guajiro Mayimbe, junto a la escalera del cuarto piso de la Circular 3. Con un ojo de menos por un bayonetazo. Mayimbe se arrastra a gatas dando alaridos, resbalando sobre su propia sangre, buscando el piso a tientas y tratando de colocarse inútilmente el ojo casi partido en dos en la cuenca vacía.
Cobrará vida el cuerpo de oro triturado de López Chávez, muerto en una huelga de hambre, colocado en una camilla con una sábana mugrienta por encima, la piel en los huesos, los ojos perdidos en las órbitas sanguinolentas, los labios cuarteados por la resequedad y las moscas rondando su cadáver. Aquel cuerpo de oro abandonado, desgastado hasta que parece un niño, en sólo un puñado de días en huelga, un hombre convertido en niño, un hombre convertido en ángel sin alas y que ni muerto podía volar de aquellas rejas al cielo.
Al igual que Pedro Luis Boitel, líder del estudiantado cubano y caído en la lucha por reclamar derechos fuertes como puños que no se concedieron. ¿Y la huelga de 31 días en La Cabaña? ¿Y la de 21 días en Boniato? ¿Y la espantosa de hambre y sed en el Mijial? ¿Será posible que un día el mundo se entere de estos horrores y las huelgas más prolongadas y numerosas del siglo XX se cuenten en los libros de historia de Cuba? ¿Cobrarán vida esas huelgas, se sabrá cómo, con qué argumentos, el castrismo dejaba morir a sus opositores en nombre de una libreta de racionamiento vacía y una soberanía vendida a la Unión Soviética a cambio de poder mundial para un solo hombre? ¿Habrá un día en que no sea un secreto y se pueda contar todo en voz alta en todo el continente americano? ¿Se develarán lápidas, se excavarán tumbas y el flash de las cámaras cegará silencios y desvergüenzas pasadas? ¿Se volverán a escuchar en ciertas noches de poca brisa y silencio ensordecedor el sonido de un jeep avanzando sobre la gravilla, el ruido seco y sordo de la frenada y luego voces de mando confusas, seguidas de los gritos crispantes y agónicos de ¡Viva Cuba Libre! y ¡Viva Cristo Rey! y la descarga final de los fusiles? Y el horror de escuchar, entre aplausos, los gritos de mujeres y niños frente al asesinato de un ser humano. Y luego el tiro de gracia, sordo y seco, lo más macabro de este crimen. Que se documentarán al mundo en cientos y miles, hasta que a Fidel Castro, definitivamente, la historia no sea capaz de absolverlo.
Esa etapa pasó. Y llegó otra. La vida se mueve en ciclos. Un día las rejas se abrieron. Unos antes y otros después, llegamos a Miami. Y el dolor pasado no nos paralizó. Se fundó la Casa del Preso, grupo con lo más humilde y puro de nuestra generación, que en una casa de madera, con ayuda mínima, da albergue a hermanos necesitados. Este grupo celebró a fines de noviembre, sin publicidad ni discursos, oficiada por nuestro capellán Miguel Angel Loredo, la tradicional misa por nuestros muertos.
Otro grupo, el Ex Club, fundado hace cerca de 20 años y dirigido con tenacidad, espíritu y mística, el ya desaparecido pero siempre presente Rolando Borges. Su presidente es hoy el poeta Angel Cuadras, que junto a otros directivos mantienen un periódico dirigido a Cuba y mantiene contacto directo con la disidencia, siempre cuesta arriba, frase que resume la historia de las actividades de los presos políticos en Miami: siempre cuesta arriba.
Otra expresión de nuestra versatilidad es Sisters and Brothers Forever, dirigido por una junta presidida por Jorge Sánchez Villalba, que con generosidad de políticos cubanoamericanos y capital privado, brinda ayuda económica a ex presos de bajos recursos e imparte educación gratis de inglés e informática, consigue empleo y distribuye diariamente más de 200 almuerzos a personas de bajos recursos. Este es el grupo del compromiso social con nuestro pasado.
Tampoco se puede dejar de mencionar el Consejo del Presidio Político, liderado por Roberto Martín Pérez y Pedro Fuentes Cid. La Coordinadora Internacional de ex Presos Políticos dirigida por Nelly Rojas. La Federación Mundial de ex Presos Políticos.
El grupo de la Memoria Histórica Cubana, dirigido, entre otros, por Enrique Ruano, Amadito González, Saturnino Polón, que dirigen sus esfuerzos a salvaguardar la verdadera historia de Cuba frente al castrismo.
Finalmente, Los Plantados –que coordina Angel de Fana– mantiene un gran activismo internacional y brinda ayuda inestimable a la disidencia interna en Cuba.
La batalla de muchos de estos ex presos políticos no ha terminado y confían en participar en la sociedad en la isla en apoyo de la democracia. Otros, porque los ex presos no odian ni creen en revanchas estériles, aunque rechazan la impunidad, abogan por trabajar en aras de una reconciliación nacional y tratar de refundirnos en un solo pueblo. “Con todos y para el bien de todos”. Pero la gran mayoría se suman a la idea de ser una especie de referencia ética, de recuerdo imperecedero, que lo heredarán los hijos y los nietos, para que en ninguna circunstancia, nunca más, se persiga, acose y torture a ninguna persona en Cuba por sus ideas políticas.
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