Vivimos en un país de periodistas presos. Es como habitar en la república del chipo, de las montoneras, del cabo de vela. De todos los males que creíamos erradicados, abandonados en el pasado, superados con inmensos esfuerzos colectivos y no pocas víctimas. Habitamos un país de periodistas presos y esta certeza ya contiene todos los calificativos. No hay más que agregar. Ninguna reflexión puede ahondar o aportarle volumen a un hecho que retrata, más que cualquier otro, a una sociedad.

Mientras escribo estas líneas, Gustavo Azócar está en una celda e Ibéyise Pacheco tantea, me imagino, un equipaje para su travesía como presidiaria.

Al franquear los portones de las cárceles, la mano que los ha empujado nos ha convertido en un país de periodistas presos y, lo que es peor, de periodistas que balbucean excusas y justificaciones para el gobierno que a esa circunstancia nos ha degradado.

SI NO OCURRE COMO EN CUBA, DONDE LAS EXCARCELACIONES DE PERIODISTAS E INTELECTUALES SON EXCEPCIONALES,
Azócar y Pacheco saldrán de los retenes. Y lo harán con una solvencia moral y profesional que contrastará, ya para siempre, con la de quienes han callado o cohonestado una injusticia que no hay forma de adecentar con trabalenguas orientados a pretender que estos periodistas no han sido perseguidos y detenidos por ser periodistas sino por ejercer el periodismo con un criterio político, que es, por cierto, connatural al oficio de periodista.

El presidio de Azócar y Pacheco será horrible. No puede ser de otro modo. Pero las marcas más hondas de esa aberración quedarán en la conciencia de la sociedad que lo ha permitido; sobre todo, de los partidarios del Gobierno que se han convertido en cómplices de las acciones judiciales contra periodistas. Y es cómplice todo aquél que no se deslinde de un gobierno que así proceda.

Más, aquellos que contrariando su trayectoria y antiguos postulados, tartajean descargos para el poderoso que arremete contra colegas.

ES POSIBLE QUE EN VENEZUELA HAYAMOS OLVIDADO LOS ESTRAGOS QUE PRODUCEN ESTAS ACTITUDES
. Muchos de nosotros no vivimos la dictadura de Pérez Jiménez y no sabemos lo que es la convivencia entre las víctimas de la persecución y aquéllos que han contribuido a ésta prestando coartadas para los atropellos. Pero tenemos muy presente la manera como esta perversión se ejerce en Cuba, que el año pasado quedó, según cifras internacionales, de segundo en la lista de los países que mantienen periodistas presos (la encabezaba, desde luego, China).

He estado presente en reuniones de cubanos, en Madrid, a las que han asistido antiguos perseguidos y también alcahuetas de su martirio, que estaban allí de paso; y he comprobado la dolorosa escisión entre ellos, la imposibilidad de una coincidencia fluida. Y se trataba, claro está, de intelectuales ganados para la reconciliación y el olvido de los agravios.

EN EL OTOÑO DEL AÑO PASADO ENTREVISTÉ, EN MADRID, AL PERIODISTA Y POETA RAÚL RIVERO
, que tenía apenas una semana de haber llegado a la capital española después de dos años y medio de detención en la prisión de Canaleta, a más de 400 kilómetros de La Habana, donde había ingresado en abril de 2003, tras lo que ha sido calificado de “uno de los juicios más infames que se hayan celebrado en Cuba”, donde la competencia entre procesos infames es ardua.

Fue una entrevista muy larga, llena de detalles, cuya trascripción íntegra conservo, pero que no publiqué porque su relectura y corrección me resultaba demasiado angustiosa. Era como un anuncio pormenorizado de lo que nos esperaba. Y tuve miedo.

Miedo de llamar la tragedia, de fundarla antes de que se instalara. En esa conversación, Raúl Rivero me contó que en aquella penitenciaría había un joven obrero detenido por algunas de esas “desviaciones ideológicas” ; un muchacho inmenso y de muy noble estampa, que se fue enloqueciendo con el cautiverio, y terminó cortándose una mano que arrojó a la cara del carcelero cuando éste acudió a reprimir los gritos que salían del calabozo.

No fue esto, sin embargo, lo que más me impactó, sino el relato de Rivero de lo que ocurrió después. Como él se había convertido en una especie de guía moral para muchos presos –a quienes les leía poemas y les escribía otros para sus familiares–, la madre de ese muchacho le envió una carta donde le rogaba que lo disuadiera de su determinación de seguir mutilándose como extrema, desesperada, forma de protesta.

EN ESA ENTREVISTA HABLAMOS DE UN ASUNTO MUY TRISTE, PORQUE INVOLUCRABA A GUILLERMO RODRÍGUEZ RIVERA,
crítico literario cubano, amigo de ambos, mucho más de él, por supuesto.

Poco después de que Raúl Rivero fuera condenado a 20 años de prisión, acusado de traición a la patria y conspiración con el enemigo (norteamericano, porque Rivero mantenía una columna desde Cuba en The Miami Herald, su único empleador, por cierto), Guillermo Rodríguez Rivera recibió el encargo del diario El País, de Madrid, de escribir una nota sobre el predicamento de su amigo. Y en ese artículo, Rodríguez Rivera decía que en una época, mientras él y otros andaban por ahí, sin que les publicaran un solo verso (por una de esas purgas que cada tanto tiempo se abaten contra los intelectuales en la isla), “Raúl se convertía en el joven poeta oficial cubano, en esos años que un critico ha denominado ‘quinquenio gris’ .

Poco después, era secretario de Relaciones Públicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y, prácticamente, el peculiar secretario personal del poeta Nicolás Guillén”.

Y, más adelante, remataba diciendo que, cuando ya ese quinquenio era historia pasada, “Raúl empezó a convertirse en el ‘periodista independiente’ de los últimos tiempos y a editar preferentemente sus trabajos en El Nuevo Herald, de Miami, con el auspicio y con el apoyo del exilio cubano de esa ciudad, lo que demuestra que la independencia siempre es relativa”. El amigo libre, si se puede llamar libre a un escritor en La Habana, injuriaba al preso llamándolo “poeta oficial” de una dictadura, mientras éste estaba incapacitado para replicar. Pero, además, entrecomillaba su condición de periodista independiente en clara repetición del discurso oficial, que no reconoce esa condición laboral, puesto que todos los medios en Cuba son propiedad del Estado (en fin, ya se sabe a quién corresponde este sobrenombre en las autocracias).

NO ERA LA PRIMERA VEZ QUE GUILLERMO FALTABA AL PACTO DE FRATERNIDAD IMPLÍCITO EN UNA AMISTAD ENTRE CREADORES QUE FLORECE EN MEDIO DEL AUTORITARISMO.
Ya antes, cuando Raúl Rivero apareció como firmante de la Carta de los Diez, (documento suscrito en 1991 por periodistas y escritores, que pedía elecciones libres y directas, libertad para los presos políticos, libre flujo migratorio, apertura del mercado campesino y ayuda internacional para paliar la falta de alimentos y medicinas) y se desató contra ellos un tremendo acoso, Guillermo estuvo entre los intelectuales y artistas que firmaron contra los diez.

Guillermo y cientos más.

Cuando hablamos de esto en Madrid, Raúl Rivero reveló más dolor que el expresado al aludir a la policía política y a las miserias de la cárcel. Me contó muchas otras decepciones.

Pero Raúl estaba libre en una calle extranjera, convertido en figura de la hispanidad. Y todos los que lo acusaron y se cambiaron de acera al verlo venir en La Habana están todavía allí, cautivos de su silencio. Ésa es la consumación del proyecto de gobiernos como el de Cuba: todo el mundo preso, del miedo y de la indignidad.

Por Milagros Socorro
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El Nacional