Escribo esta columna en mi casa, cumpliendo mi primer día de prisión, mientras escucho a José Vicente Rangel –en su tradicional ejercicio de cinismo– afirmar que el Poder Ejecutivo no pone preso a nadie (él incluso es demandante en los casos de Marianella Salazar y en el mío). A Rangel parece preocuparle particularmente mi confort al declarar que la decisión del Tribunal 11 de Juicio de fijarme casa por cárcel era correcta porque en mi vivienda “estaba más cómoda”.

Buena oportunidad para hablar del tema. El Gobierno se jactaba de decir que en nuestro país no había periodistas presos. Pues fíjense que en menos de dos semanas Gustavo Azócar se encuentra tras las rejas de la prisión de Santa Ana, estado Táchira, y a mí anteayer me llevaban directo al INOF, en Los Teques, hasta que por razones de seguridad decidieron mandarme encanada a mi casa.

Así que este gobierno se quitó la careta del cuento de la libertad de expresión. A dos colegas más –Napoleón Bravo y Marianella Salazar– les aceleran juicios por su trabajo periodístico, y aunque el fiscal general, Isaías Rodríguez, en su tradicional performance cantinflérico trató de atribuir a juicios de acción privada lo que nos está sucediendo a los profesionales de la comunicación, la realidad es que el Ministerio Público se ha encargado de construir expedientes y acusaciones para llevar presos a periodistas que le son incómodos.

Claro está que en su desesperación cometen barrabasadas adornadas de una gran piratería. El objetivo inicial (y es lo que los chavistas envían como mensaje constante) es procurar que nos vayamos del país. Pero además está su empeño en procurar silenciarnos, amedrentarnos. Y como grandes cobardes, no logran entender que nosotros sigamos haciendo nuestro trabajo, resistiendo frente a las persecuciones y amenazas, y dando la cara frente a unos tribunales que en su mayoría –porque como siempre hay decentes excepciones– están al servicio de los caprichos del alto poder.

A quienes dieron la instrucción de mi encarcelamiento les costó creer que el miércoles pasado me entregara.

Tal como lo he venido repitiendo:
no les tengo miedo. Estoy convencida desde que en Fiscalía y tribunales comenzaron a activar los 15 procesos judiciales en mi contra, que a este Gobierno hay que obligarlo a demostrar cómo le va dando la espalda a la democracia. Así que si decidieron apresar a periodistas, háganlo pues. Aquí estamos.

El asunto es que se les va enredando el papagayo. Si antes decían que no había periodistas presos, ahora el vicepresidente y el fiscal general se pasan la papa caliente. El primero le atribuye la responsabilidad a Isaías Rodríguez (y lo deja como un ignorante o un mentiroso o todas las anteriores) al asegurar que es el Ministerio Público quien ha imputado a periodistas, mientras a Isaías hasta se la atraganta el agua a la hora de tratar de escurrir el bulto.

Pero qué va. Como en el caso Anderson, ni siquiera hacen bien el montaje porque hasta el presunto nuevo testigo se le esfumó.

Al Gobierno lo que le queda ahora es tratar de desacreditar a los periodistas.

Mala hora para José Vicente Rangel, quien cuando se las daba de colega se escudaba tras reporteros jóvenes porque él no se atrevía a correr ciertos riesgos, y si la cosa se le complicaba se aferraba a su supuesta profesión denunciando cualquier citación judicial como un atropello a la libertad de expresión.

No ha pasado tanto tiempo como para que el país haya olvidado lo que Rangel decía y escribía. Lo que pasa es que él es un descarado que también gusta de esconderse tras seudónimos para injuriar a quien le moleste.

Mejor si son mujeres. En eso tiene un comportamiento común a buena parte de los representantes de este gobierno: la desviación particular hacia la misoginia.

En fin, ahora se inicia la nueva teoría del régimen, que tratará de explicar al mundo cómo es que en una democracia las nuevas leyes aprobadas establecen castigos severos a la disidencia, al libre pensamiento y cómo es que el Gobierno, a través de sus instituciones y los adláteres de su jefe, encarcelan a periodistas violentando hasta los más elementales derechos de su defensa.

Una buena pelea
Como ustedes saben, el lunes pasado se libró una orden de captura en mi contra. Cuatro horas después 21 funcionarios del Cicpc visitaron mi casa.
Ya era de noche. Kico, mi marido, a quien ustedes también conocen, y la abogada Claudia Mujica recibieron la oficialización por escrito de la decisión del Tribunal 11 de Ejecución de recluirme en el INOF. Con esa premisa me entregué dos días después, luego de un emotivo acto en el Ateneo de Caracas. La verdad es que ese acto había sido programado –sin conocer esta decisión en mi contra– por la gente de Expresión Libre en apoyo a Gustavo Azócar. Y fíjense ustedes cómo en tan poco tiempo nos tuvimos que pegar a la lista de víctimas Marianella, Napoleón y yo.

Muchas razones tengo para sentir el alma henchida de fuerza y emoción.

No pretendo extenderme en lo que sería una melosa perorata de agradecimientos. Lo que sí creo que vale la pena considerar es el significado de ese acto en el Ateneo y de la marcha que me acompañó a tribunales (en pleno centro sonaron las cacerolas y la gente en los carros se unió a cornetazo limpio). Les juro que cuando vi esas caras que allí estaban con el claro dibujo de la indignación por el atropello que estamos sufriendo los periodistas y el agradecimiento por el coraje, sentí que entre todos los que estamos dando tan fuerte batalla contra este régimen pueden ser más los puntos en común que las diferencias. Sentí la unidad. Es más, estoy persuadida de que ese acto influyó decisivamente en que se considerara mi casa como lugar de reclusión. Claro está también pesó mucho lo que podría significar que algo me sucediera en la cárcel. De hecho me enteré que ningún penal quería semejante responsabilidad.

El otro aspecto que se debe considerar es cómo se le complican las cosas al Gobierno cuando uno les da la cara. Se desbaratan.

En estos años de persecución judicial entendí sin lugar a dudas que el Gobierno estaba ansioso no sólo de mi silencio sino además de mi huida.

Recuerdo la época en que estaban de moda los círculos bolivarianos y sus asalariados me gritaban en los pasillos del Palacio de Justicia “¡Vete del país porque si no te vamos a meter presa!” Los círculos se desvanecieron por falta de pago y los juicios en mi contra siguieron. Como es obvio, lo de presa terminó siendo verdad. Y la dolorosa partida de algunos venezolanos por la construcción de casos en su contra también.

Siempre lo digo: respeto profundamente a quienes se han visto obligados a irse del país en espera de mejores condiciones para confrontar este régimen. Pero también a ellos les pido igualmente que respeten mi decisión. Es verdad –como dijo Napoleón Bravo– ¡claro que nos van a declarar culpables!, pero también es cierto que de un solo golpe le estamos derrumbando al Gobierno dos cuentitos: que aquí no hay periodistas presos, y que los enjuiciados salimos corriendo.

La sentencia de nueve meses de prisión, y la posibilidad de uno o más juicios del Gobierno en mi contra, son mi realidad actual. Soy una presa de este régimen. Estoy muy orgullosa de serlo entre otras cosas ¿saben por qué? Porque estoy segura de que esto que están haciendo les va a costar muy caro.

Entretanto ante los rumores aclaro:
todos los viernes ustedes seguirán leyendo esta columna en este periódico y podrán escucharme a las 8:00 de la mañana de lunes a viernes en Mágica 99.1 FM. Y algo más: les aseguro que otras cosas buenas vienen.

Ha sido muy duro, y por paradójico que parezca, estoy contenta. Porque este país está a un tris de reaccionar.

Y todos esos rostros representativos que estaban en el acto del Ateneo estaremos juntos en esa pelea.