La entrada al puesto Naval de Puerto Páez

Cómo es que las FARC llegaron a un pueblo de Venezuela, sedujeron a sus habitantes y se fueron cuando arribó el ELN: “Los militares reconocen su autoridad”

Una localidad dedicada a la agricultura pasó a vivir bajo el yugo de las guerrillas colombianas, que llevaron el contrabando de armas y el tráfico de drogas

Puerto Páez pudo fácilmente haberse llamado Tres Ríos, porque la rodea El Cinaruco por el norte, el majestuoso Orinoco por el oeste y El Meta por el sur. Es la capital de la parroquia Codazzi, municipio Pedro Camejo del estado Apure; en las riberas de sus ríos se despliegan varios grupos indígenas. Hace unas décadas la población se dedicaba a la agricultura principalmente. Desde hace años la guerrilla se instaló y decide la vida y el destino de sus habitantes.

Una habitante de la parroquia, a quien llamaremos Carolina, le contó a Infobae cómo les ha cambiado la vida en el lugar. “Yo nací cerca de aquí y desde niña mis padres planificaron venir hasta Puerto Páez. Ha sido nuestro hogar desde siempre, aquí nacieron mis muchachos”.

Relata todos los esfuerzos para darles educación, alimentos y garantizarles la salud a sus hijos. El pueblo prosperó en los años 90, proliferaron las ventas de víveres y cualquier cosa que se pudiera vender. “Puerto Páez era tranquilo, movimiento de personas comprando y vendiendo lo que cada uno tenía o lo que cada uno producía”.¿Sabía de la guerrilla? “Si, pero era como un cuento de otras tierras. No se sabía a qué grupo pertenecían ni nada de eso, solo los llamábamos guerrilleros y ya; se oían historias aterradoras de lo que les hacían a las personas que eran secuestradas”.

Carolina está segura del año, pero no del mes exactamente, cuando los guerrilleros se dejan ver en el pueblo. “Fue a partir del 2005. Se aparecían sin pena, sin pasamontañas, con sobrenombres, con teléfonos satelitales, con chalecos antibalas y con guardaespaldas, como una película, pero sin súper héroe que nos libre de aquello”. Las murmuraciones abundaban, algunos vecinos contaban lo que les había pasado, pero la familia de Carolina no tenía ninguna certeza de que fuera cierto. “Un día nos tocó a nosotros. Una comisión de la guerrilla se presentó a nuestro abasto y le dijeron a mi esposo: ‘el comandante lo quiere conocer, alístese que lo vendremos a buscar dentro de cuatro días’. Sentí miedo, mi esposo también, aunque nunca lo reconocimos en voz alta”.

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