Niños con padres fuera del país: el más frágil eslabón de la cadena migratoria

Foto: Google

Sentimiento de abandono, desnutrición, abuso sexual, deserción escolar,  embarazo precoz,  mendicidad, enfermedad y trabajo antes de tiempo, son apenas algunas de las situaciones que les toca vivir a miles de niños y adolescentes venezolanos que,  por una u otra razón, permanecen en el país, mientras que  sus padres (uno o ambos) emigraron y quedaron a cargo de familiares, amigos o vecinos.

Aunque en razón de la crítica situación económica y humanitaria que atraviesa Venezuela, justifica que sus padres y /o representantes hayan abandonado el país en busca de oportunidades laborales y generación de recursos económicos, incluso con  el único  propósito de brindarle el mayor beneficio al mismo niño, ¿cuán responsables son de lo que les pueda pasar a sus hijos? y ¿dónde quedan los derechos de los niños, niñas y adolescentes?

Desde todo punto de vista, en el incremento de la diáspora venezolana existente desde al menos hace 5 años, hasta la fecha, han sido y siguen siendo los niños y adolescentes el eslabón más frágil de esta cadena migratoria, tanto los que se han quedado o los que emigraron con sus familias.

Familias enteras que han migrado sin saber a dónde irán, sin tener quién  los espere o sin ninguna posibilidad laboral, solo les queda  dormir en la calle o en algunos casos, y como última medida desesperada, “utilizar” a los más pequeños para pedir comida o dinero, como se ha visto en las calles de Colombia, Ecuador y Perú,  con un cartón colgado al cuello en el que se lee: “ayúdame, soy venezolano». Doloroso, pero cierto.

Daño irreversible: el delito no es penal, es psicológico

Esta situación  de angustiante  necesidad  ha servido para que afuera, redes o individualidades criminales, a lo largo de estos años y en casos muy concretos expuestos públicamente, menores de edad hayan sido víctimas de  secuestro, abuso sexual, trabajo  forzado, maltrato infantil, homicidio y hasta prostitución.

Los que  siguen en el país, los “huérfanos” con padres migrantes, que  no cuentan con la adecuada  atención de quienes los cuidan,  no  tienen mejor panorama, están vulnerables a los mismos riesgos, además de lidiar con el duelo del niño abandonado y desapego emocional que trae consigo la fragmentación familiar.

Según las últimas estimaciones de  Cecodap, cerca de 850 mil niños y adolescentes venezolanos se sitúan en este contexto y, para finales de año, la cifra llegaría al millón.

“En la legislación venezolana no hay ningún artículo que condene o señale a los padres que se van del país, porque ellos migran buscando una mejor calidad de vida para ellos y sus hijos, pero si hablamos sentimentalmente, el tiempo perdido con los hijos mientras los padres están fuera del país, no lo van a recuperar nunca. Es un daño irreversible para sus hijos, sobre todo para los menores de edad. Pero una sanción o medida legal como tal, no existe.  Es la misma situación que se está viviendo en el país la que ha provocado que haya tantas familias disueltas”, explicó en este sentido la abogada Jessica Parada, directora del Sistema de  Protección Integral de Niños, Niñas y Adolescentes -Spinna-,  del municipio San Cristóbal.   

Para complementar, la abogada Beatriz Mora, presidenta de Intamujer, quien recientemente habló del desmantelamiento de una red de prostitución infantil en San Cristóbal, en el que rescataron a varias adolescentes, solo como ejemplo, citó dos casos más y  puntuales de las consecuencias de la migración -interna  o externa- de padres venezolanos con hijos pequeños.

Refirió  el  de una infante de apenas dos años de edad, que no solo fue violada sino contagiada de VPH, una enfermedad de transmisión sexual. Los padres de la menor, una pareja muy joven, habían viajado a Colombia en pro de mejoras económicas, pero sin garantizar que la pequeña quedara bajo resguardo de alguien responsable, y por ello fueron detenidos por el Cicpc.

El otro hecho involucra a una familia zuliana, conformada  por 12 personas, 8 de ellas menores de edad,  que producto de la migración interna se asentó en Ureña,  en un rancho sin servicios  públicos básicos, donde una niña de corta edad volteó una olla con agua hirviente y no solamente se quemó ella, también a otro niño de corta edad.

Ambos se recuperan en el Hospital Central de San Cristóbal, pero la situación obedeció a que mientras los adultos varones buscaban trabajo, las mujeres se dedicaban a otras labores del hogar y a cuidar al resto de los niños.

Con información de La Nación