Venezolano de 23 años venció a una tanqueta y vive para contarlo

«En toda guerra va a haber muertos. Pero a veces me pregunto ¿Y si el muerto fuese yo? ¿O mi mamá o mi hermana? Si yo hubiese muerto y nada hubiese cambiado, si existe la vida después de la muerte desde cualquier sitio viendo todo, seguro sentiría que no valió la pena».

Pedro Michel Yammine lo ve claro, a la distancia. Sobreviviente en toda la extensión de la palabra, pasó a la historia cuando un 3 de mayo de 2017 se convirtió en el primer venezolano en ser aplastado por una tanqueta en medio de una refriega represora contra manifestantes.

El país y el mundo vio cómo una tanqueta era rodeada por manifestantes que clamaban a quien la conducía que parara, que estaba aplastando a una persona. De poco valió.

«Sí recuerdo todo. No exactamente todo, porque cuando la tanqueta me pisa destruyéndome las costillas, los pulmones, los omóplatos, yo estaba consciente. Me pasa la primera rueda y cuando la segunda va a pasar meto las piernas porque veía todo como con viñetas, pero veía. Al menos. Metí las piernas y pasó y no me destruyó las piernas, sino ahorita, ¿quién sabe?, no podría ni caminar».

El relato de su viva voz es escalofriante y hasta puede doler al escucharlo, a pesar de la calma y el sosiego que el narrador irradia. Estamos hablando de un muchacho que a sus 23 años se enfrentó a una tanqueta pasándole por encima del cuerpo y que vive para contarlo y es capaz de hacerlo de una forma que permite a quien lo escucha sentir una especie de desesperación al saber que ese interlocutor logró sobrevivir a una embestida de ese nivel.

Pedreishon para los panas

Pedro Michel se identifica como Pedreishon y así está en redes sociales y así le llaman sus amigos. O por el diminutivo «Pedre», que también le sirve a la hora de responder a un llamado.

Quizás por esa confusión de nombres (en los que quien conoce su nombre de pila, no conoce su apodo y viceversa) la muerte lo llamó y no lo encontró. Quizás, le pasó por al lado sin reconocerlo y por eso nuestro personaje está hoy aquí, con nosotros, en el mundo de los vivos. Viviendo un renacer continuo, como persona, como ciudadano consciente y como artista. Un artista de la fotografía que retrata pequeños detalles, tan pequeños que uno no sabe como hace para verlos con su miopía y sus lentes, frente a otros que con visión supuestamente perfecta podemos pasar de largo frente a esa flor o frente a esa niña sonriendo sin notar ese detalle que él si es capaz de apreciar y mostrarnos. Quizás por esa capacidad de ver lo que no necesariamente todos ven, logró mover las piernas y posicionarse para escapar de las otras ruedas de la maldita tanqueta que enfiló contra él, para matarlo obviamente.

Pero la historia de la vida de Pedreishon estaría incompleta si no retrocedemos en el tiempo. Porque todo comenzó en realidad el 12 de febrero de 2014, tres años antes.

La Juventud acribillada en su día

Ese día de la Juventud, como tantos otros jóvenes de su generación, Pedreishon atendió el llamado para ir a protestar a las calles de Caracas, como exigía el movimiento La Salida encabezado por Leopoldo López, María Corina Machado y Antonio Ledezma.

«Estaba marchando por primera vez en mi vida. Lo hice por mis ideales y la libertad de Venezuela. Sin yo planearlo, se volvió una protesta contra CICPC y colectivos. Nosotros defendiéndonos con lo que teníamos en nuestras manos y ellos con armamentos».

No sabían esos jóvenes  (muchos de los cuales jamás se habían visto) que la historia vital de todos quedaría unida, sin caer en dramatismos, por la sangre. Por la sangre que mandó a derramar, y se tiene constancia de ello de forma suficiente, el Mayor General Miguel Rodríguez Torres, a través de sus escoltas José Ramón Perdomo Camacho y Andry Joswa Jaspe López. Ambos asesinos, con credencial del Ministerio del Interior y Justicia (entonces dirigido por Rodríguez Torres) quedaron registrados en innumerables videos y fotografías tomadas en el lugar y en el momento de los hechos. Sus armas colectadas fueron probadamente las que dispararon las balas asesinas según dejaron establecido las propias autoridades chavistas.

«Recuerdo de ese día muchos heridos. Recuerdo que ayudé a un herido de bala en la pierna que resultó ser el primo de Bassil Da Costa. Seguíamos protestando contra quienes nos disparaban. En un momento logramos correr y en eso le dieron un tiro a un muchacho, que era Bassil y que cayó en una esquina. Nos quedamos impresionados y corrimos hacia adelante asustados, ellos seguían disparando. Afortunadamente nadie más recibió tiros y logramos correr y socorrer al muchacho. Creíamos que estaba muerto, pero no lo estaba».

Y así como las cámaras registraron tanto el momento en que Bassil cae al piso víctima de las balas que cruzaron su cabeza, y así como registraron a sus asesinos, registraron también a quienes lo auxiliaron.

Y allí estaba, al auxilio de Bassil, otra vez Pedreishon.

«Lo llevaban cargado hasta la avenida principal y ahí alguien se estaba cansando de levantarlo y yo ofrecí mi ayuda, por la parte de la pierna como se ve en la foto. Las ambulancias no querían pasar por allá. No había cómo llevarlo y el único vehículo que se ofreció para trasladarlo era una jaula de la GNB. Nadie se quería montar. Faltaban dos muchachos para montarse, se montó uno y luego me monté yo mirándole la cara a todo el mundo. Nadie quería montarse porque pensábamos que iría preso después. Pero dije ‘si voy preso, que sea ayudando a alguien’. Le sostenía la cabeza a Bassil Da Costa mientras que él estaba tratando de hablar pero la sangre que manaba por su boca no lo dejaba. Yo lo calmaba diciéndole ‘tranquilo, ahorita vas a poder decir todo lo que quieras decir, no te sofoques’».

En las fotos que hay del momento, se ve a Pedreishon con una pañoleta cubriendole el rostro protegiéndose de los gases lanzados alrededor de la zona. Sus lentes correctivos en su lugar y en su cabeza unos lentes de sol. No es el único protagonista obligado de la escena. A unos metros de él, se ve a otro joven, también auxiliando a Bassil. Es Roberto Redman, que tan solo horas más tarde sería asesinado también a tiros, en Chacao en otra protesta. Nunca supimos y quizás nunca sabremos si la muerte de Redman fue una trágica casualidad o una simple caza y captura de testigos de los hechos que más temprano ese día se llevaron por el medio a Bassil.

¿Por qué pensarlo? Por mera especulación, por previsión lógica ante la ausencia de una investigación independiente o por una suma aritmética criminal sencilla: los mismos asesinos de Bassil después aparecerían en la investigación por la muerte del dirigente chavista Juancho Montoya, jefe de un colectivo del régimen que por alguna razón se encontraba fuera del alcance de las órdenes de Rodríguez Torres y, gracias a esa desdichada circunstancia, pagó con su vida. Así lo ha contado su propio hermano, policía jubilado y principal denunciante de su ejecución.

Así, quedaría preguntarse que tan marcado por su ayuda a Bassil quedó Pedreishon en ese instante en que decidió ser quien lo acompañara a borde de ese jaula de la GNB. Si bien las casualidades pueden ser macabras, insólitas e increíbles, queda claro que la muerte salió de rumba ese 12 de febrero, de la mano de las desgraciadas ordenes de Miguel Rodríguez Torres, hoy, por cierto, preso por el mismo régimen del que formó parte desde el minuto uno de su hora cero, el 4 de febrero de 1992.

La sangre en la ropa

«Bassil tenía un gesto como si estuviese sonriendo, me imagino del dolor, una de esas sonrisas que uno tiene cuando le duele algo».

La jaula de la GNB llevó al moribundo Bassil y a sus acompañantes al Hospital Vargas. Pedreishon no recuerda el nombre del hospital ni de los alrededores, que le eran ajenos por no ser de la zona. Tampoco recuerda los rostros de quienes les dispararon a Bassil y al grupo donde todos estaban, en la esquina de Tracabordo, Parroquia La Candelaria, en la capital de Venezuela. Tampoco sabía, hasta ser consultado para este trabajo, que el TSJ había ratificado sentencia contra uno de los que, dice el régimen, es el autor inmediato del crimen.

«Veíamos quienes disparaban pero con la adrenalina, los disparos, las lacrimógenas, era imposible concentrarse y reconocerlos si nos los ponían enfrente ese mismo día».

Lo que sí recuerda, con mucho detalle, es todo lo que ocurrió en el trayecto del lugar de los hechos al hospital y en el hospital mismo. Sus detalles, milimétricamente narrados, dan cuenta de lo trágico, de lo horrible del momento y de la vivencia para alguien que salió ese día a manifestar, no a que lo mataran, ni a ver cmo mataban a alguien más.

«No conocía a Bassil. Nunca lo había visto, no sabía de su existencia hasta ese día. Lo logramos llevar hasta el hospital y de ahí el entró con vida. Bassil estaba en el piso porque no había camilla. Lo atendieron en el piso. Todo el que entraba lo veía. A los quince minutos falleció. Estaba impactado. No lloré en ese momento, sino después. Fue la primera vez que presenciaba la muerte de alguien. Cuando el médico nos dijo que Bassil había muerto, su primo obviamente tuvo una reacción natural, empezó a gritar mucho, a maldecir a Chávez, a Maduro. Gritaba mucho. Luego, mi reacción fue de tristeza y tratando de que la gente respetara el luto del primo y yo trataba de explicárselo a la prensa. Igual, el primo declaraba pero estaba (obviamente y con razón) muy alterado, decía muchas groserías y creo que esas entrevistas nunca salieron al aire. Una señora bajó del barrio y nos trajo unas camisas. ‘Boten esas camisas llenas de sangre, que eso es de mala suerte’».

Eso de tener ropa llena de sangre y atraer la mala suerte, podría ser interpretado de mil maneras por los aficionados a las supersticiones, si nos atenemos a la historia de nuestro personaje. No sabemos qué pensaba Pedreishon cuando las ruedas daban cuenta de sus costillas y pulmones dos años y tres meses después de haber sido uno de quienes vio impregnada su ropa con la sangre de Bassil Da Costa. Quizás solo pensaba en sobrevivir. En volver a tomar fotos con su cámara y quizás en seguir protestando. Pero desde que murió Bassil hasta el momento en que la tanqueta lo aplasta, nada había cambiado para bien en Venezuela. Y desde el momento en que el blindado lo dejó en el piso de la Urbanización Altamira en Caracas, malherido y frente a la mirada atónita de los demás manifestantes que lo auxiliaron, hasta el día de hoy, no mucho más ha cambiado tampoco en el país que vio nacer a Pedreishon y del que hoy se entera, desde la lejanía. No solo la lejanía física, sino desde la lejanía que prefirió, como tantos otros que emigran de Venezuela luego de miles de padecimientos grandes o pequeños. Esa lejanía de leer titulares solamente para estar al tanto, sin profundizar para no enloquecer.

Y desde esa lejanía Pedreishon recuerda detalles que hasta lo hacen reír en medio de la tragedia, por incomprensión, pasado el tiempo, de lo que ocurría y de lo que terminó pasando el fatídico día.

El Salvador, salvado

«La tanqueta me pasó dos veces, pero yo noté solo una, porque no sentí dolor. La adrenalina era tanta que no sentí dolor sino tiempo después. Era tanto dolor que mi cuerpo estaba recibiendo que como que me apagaba. Como en las películas, que empiezas a ver luces, yo veía como estrellas alrededor de mi vista, el cielo, las nubes y los edificios. Me apagaba y me prendía, como una computadora cuando la reinician, en cada movimiento que hacían los manifestantes al cargarme».

No olvida a quienes estuvieron allí, con él. Recuerda que quien se arriesga a meterse bajo la tanqueta para salvarlo, se llamaba precisamente Salvador. Recuerda el rostro de la muchacha rescatista que se monta con él en la parte trasera de la camioneta de los jóvenes rescatistas Cruz Verde. Recuerda cómo, para mantener la mente activa, no se le ocurrió mejor cosa que chancearle o coquetearle a la joven.

«Ella se reía y yo le decía ‘que bonita sonrisa’ pero todo con el fin de mantener mi mente activa. Le decía ‘oye, después que esto termine, me podrías dar tu número’. Hoy me da mucha risa, no se por qué tomé esa opción. Pero lo hice para mantener la mente activa, era mi forma de aferrarme. Si hubiese sido un muchacho le habría dicho para irnos a tomar unas birras o a rumbear después de que pasara todo eso».

No olvida al doctor Abreu, quien lo atiende al llegar a la Clínica Ávila y a quien confundió con su papá al verlo. Otro de sus salvadores, quien incluso se sorprendió de la fuerza que el cuerpo del paciente malogrado logró desarrollar para defenderse a sí mismo. Tres días en cuidados intensivos y 17 días en hospitalización. Pedreishon ve a sus salvadores en las más de tres mil respuestas que recibió por Twitter y que respondía una por una. Al ánimo que le infundía el personal de la clínica, donde nunca se sintió triste ni decaído. Sintió la cercanía de ese personal y de toda la gente que iba a visitarlo y a darle ánimo, aunque él solo pudiera aguantar no más de media hora conversando, porque sus pulmones aún luchaban por normalizarse.

Lo salva también el gobierno colombiano, pues cuando la Canciller Holguín se entera por medio de una entrevista que la madre del joven era colombiana, hizo los arreglos para verificar en qué estatus legal se encontraba la familia y casi de oficio les emitieron los documentos colombianos para que pudieran irse de Venezuela y recuperarse, en todo sentido, de la vivencia.

Hoy Pedreishon se concentra en su arte y lo dice con orgullo, se siente a flote de las horas más bajas y no deja que la realidad de Venezuela lo desanime en sus planes.

«Viéndolo todo ahora, desde otro país, digo que siempre han sido necesarias las protestas para que se den cuenta de que no todo es color de rosa como piensa alguna gente, que creen que como somos un país petrolero, millonario, solo pedimos que nos den más y no es verdad. Desde que comenzó Chávez vimos cómo hemos decaído a nivel atroz impresionante. Siempre es necesario que como ciudadanos protestemos y demos nuestra forma de pensar pacíficamente o si es un régimen dictatorial, pues pacíficamente no puede ser. Y obviamente lo que falló fue que no hubo un apoyo completo de la ‘oposición’, y la entrecomillo porque antes pensaba que sí, que era chévere la oposición. Pero ahora siento que se aprovecharon de nosotros los manifestantes para ganar terreno en lo que sea que estén haciendo malo o bueno. Pero no están haciendo algo relevante, las cosas siempre se apagan por culpa de ellos. No me arrepiento, pero me duelen bastante los manifestantes muertos, especialmente Bassil. Espero que si vuelve a haber manifestaciones sean masivas y ahora sí definitivas».

El jueves 11 de julio de 2019, el TSJ ratificó la sentencia que condena a uno de los autores inmediatos de la muerte de Bassil Da Costa a veintinueve años y seis meses de cárcel. Siendo la pena máxima permitida en Venezuela de treinta años, podría decirse que es una condena ejemplar. Pedreishon duda de esa justicia, pero no de lo que él piensa que es justo que ocurra, algún día.

«El juicio creo que no sea justicia, porque todo lo que haga ese TSJ seguramente será ilegal. Para mí esa noticia es un pote de humo, no creo que haya justicia hasta que tengamos un nuevo gobierno y se imputen todos los crímenes de lesa humanidad que hemos visto, el de Bassil, el de Redman. Todos tienen que pagar por eso. Y si es el nuevo gobierno el que debe pagar, pues que pague, porque en el caso de los resarcimientos económicos alguien debe hacerse responsable, porque ni con dinero le devolverás un hijo a sus padres».

El autor del arrollamiento a Pedreishon no tiene nombre, ni acusación ni juicio ni sentencia. Pero este sobreviviente sí lo tiene claro, hoy: «espero poder seguir ayudando a mi país como sea. Pero que no sea con mi cuerpo».

Y se le entiende perfectamente. Ver a la muerte tres veces es demasiado hasta para nuestro Pedreishon.

Con información de PanAm Post

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