Junio 20,2019.- Los refugiados son personas que huyen del conflicto y la persecución. Su condición y su protección están definidas por el derecho internacional, y no deben ser expulsados o devueltos a situaciones en las que sus vidas y sus libertades corran riesgo, aunque muchas veces no son devueltos, son explotados y blanco fácil del tráfico humano, bajo la mirada sin importancia de gobiernos y organismos internacionales.

La alarmante cifra de venezolanos que huyen diariamente sigue en crecimientos, caminan entre las naciones con una maleta a rastras y sus hijos sobre sus hombros, sobreviviendo solo con la poca comida que llevan o encuentran en el camino. Todo un calvario soportable,  para encontrar oportunidades de pedir ganarse la vida con dignidad, y dar calidad de vida a sus hijos y no los vean morir por desnutrición, como sucede constantemente en Venezuela.

La mayor muestra de genocidio en Sudamérica es la masiva ola de venezolanos que despavoridos salen caminando de su país, ellos sin saberlo se han convertido en pruebas vivientes de como la tiranía venezolana reprime en todos los sentidos. Sus historias inician desde que hablan con su familia sobre cual país es el mejor para ir, pero la travesía desde que pasan por migración venezolana, lleva un sello en el pasaporte como amarga bienvenida del tortuoso camino que les espera.

La historia de la mayor crisis de refugiados, incluye desde secuestros de mujeres para prostituirlas hasta asaltos con armas a familias para quitarles lo poco que pudieron llevar. Ven como sus propios familiares mueren en el camino, al no poder soportar una larga caminata. Más que historias son hechos reales, ocultos en la neblina de quienes creyéndose la esperanza de Venezuela, acaparan titulares nacionales e internacionales, para que la misma neblina que oculta el paso de los refugiados, también oculte como los esperanzadores se hacen grandes de bolsillos, gracias a su voluntad de pedir donaciones a nombre de una popularidad de una sufriente diáspora.

Los venezolanos piden refugio solo para estar legal y poder demostrar que trabajan con pasión, muchas veces sus títulos solo son el recuerdo de 5 años, porque la necesidad se hace ley y el gobierno de cada país aunque recibe millones en dólares de agencias internacionales, solo les permite una legalidad que impide su deportación, pero que en ningún momento los hace mejorar. Los nacionales, con justa razón, se preguntaran cual es el aporte de los refugiados pero si no los dejan ejercer su profesión o la ejercen a medias, no podrán aportar al país de destino.

Cada país tiene su cultura, y la de  Venezuela fue de aceptar hasta con sus errores a todo el que llegaba, la discriminación era sancionada por la misma sociedad, y la ayuda a los que eran de otros países brotaba por todas partes. Ahora la historia cambió, la ayuda para los refugiados es dar un trabajo que incumple las más elementales leyes de respeto a la dignidad humana con una excesiva carga laboral, aceptado por el criollo tricolor, solo por la necesidad de subsistir y no recordar la suicida opción de regresar.

El día del refugiado acordado por la ONU es el 20 de Junio, pero más que una fecha para hacer un acto ante los medios y entonar algún himno nacional, es un día para ejercer las debidas acciones donde a cada refugiado se le trate con dignidad olvidando la miseria burocrática, para que puedan aportar al país donde deciden llegar, así como los gobierno deben ampliar su estatus legal y promover la verdadera reciprocidad histórica que tienen con los hijos y nietos de quienes les abrieron las puertas en un reciente pasado.

Quien suscribe estas líneas con la mano en el corazón y ojos entre llorosos, ha visto y en muchos casos vividos, la amarga injusticia de ser un refugiado y el maltrato sufrido por un patrón que solo abusa del trabajador, así como también es testigo y prueba viviente de la solidaridad y servicio desinteresado de propios y extraños, que muestran sin tener vínculos sanguíneos, un desinteresado afecto y apoyo, cuyo ejemplo perdurará sellado en el alma como pasaporte universal, y como esperanza de poder surgir para agradecer.

Como refugiado, le pido al Dios de mi corazón, que me lleve a superar más que una crisis humanitaria, la crisis más humana que es la moral y espiritual, y me siga llevando por al camino correcto, porque tras cada paso en mis acciones, son para un reencuentro y volver a construir como bloques de una pirámide, un templo de vida donde lo actualmente vivido solo sea un recuerdo del pasado, y el presente sea para mejorar constantemente en un merecido país, donde vuelva a reír la primavera.

Estamos hermanados y en la mejor compañía que nos da una fuerza infinita e indescriptible, que es la decisión de tomar acciones para mejorar. Migrar no es fácil, y menos cuando se es refugiado, pero todo lo vivido como aprendizaje es un escalón de la vida que más pronto que tarde, nos hará a abrazar en un país coronado por la libertad y que sabe seguir el caminar del sol.

Alberto Pérez Reverón

Periodista-refugiado en Lima Perú.

 

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