Iglesia-TumeremoAbril 11, 2016.-Después de la masacre, en Tumeremo aún no llega la calma. La desaparición de 17 mineros el pasado cuatro de marzo sacudió no solo al estado Bolívar, sino a todo el país. Las cámaras de los medios de comunicación, la Defensoría del Pueblo, la Fiscalía General de la República y hasta la misma gobernación de la entidad al sur de Venezuela se voltearon a Tumeremo. Ese lugar de paso para turistas y tierra prometida para quienes buscan las riquezas minerales, desde hace un tiempo dejó de ser de oro el color que lo caracteriza. Ahora, es el rojo.

A un mes de la masacre de los mineros, los tumeremenses viven con el mismo miedo de siempre, pero mayor. Aunque fuerzas de seguridad fueron desplegadas en las minas cercanas al pueblo para dar con el paradero de Jamilton Andrés Suárez Ulloa, conocido como El Topo, las quejas de quienes se dedican a la extracción de oro están más vivas que nunca.

Efecto Cocuyo viajó hasta Tumeremo y recogió testimonios de los pobladores, entre ellos familiares de las víctimas, una cocinera de las minas y una docente. A un mes de la masacre, se pudo constatar que el alto costo de la vida sigue golpeando el bolsillo, especialmente de aquellos que no se dedican a la extracción de oro, y que la violencia y la delincuencia azotan a la gente ahora más que nunca.

1. El último día de Jesús Alfredo

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El cuatro de marzo, un accidente en moto intentó salvarle la vida a Jesús Alfredo Aguinagalde, un joven minero de Tumeremo de 25 años de edad. Ese día llevó a su hijo al colegio, después dejó a su esposa en el trabajo y luego partió con un amigo a la mina Atenas, donde ocurrió la masacre.

Mientras se dirigía al lugar de trabajo en su moto, se quedó accidentado. Se regresó para pedir una prestada en el pueblo y uno de sus conocidos accedió a su petición. “Yo no le presto esa moto a nadie, pero se las voy a prestar porque ustedes van a trabajar”, fueron las últimas que le dijo su vecino.

De acuerdo con el alcalde del municipio Sifontes, Carlos Chancellor, las denuncias de violación de derechos humanos han aumentado en las minas desde que fueron desplegados los operativos de seguridad. La asistencia a los yacimientos de oro, dijo, ha disminuido un poco a raíz de la tragedia. “Los mineros denuncian que están siendo maltratados por estos cuerpos de seguridad, que los detienen en los lugares, que los secuestran“, dijo el alcalde a Efecto Cocuyo.

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2. El reino de los delincuentes

No solo quienes están en las minas sufren los estragos de la delincuencia en Tumeremo. No importa el oficio, en el pueblo al sur del país todos están en riesgo. Los días con las calles militarizadas llegaron a su fin, luego de que los cuerpos fuesen entregados a sus familiares. Ahora, los pobladores quedaron a la buena de Dios.

Uno vive allá, ¿Para qué tener miedo? Tantas cosas que pasan que yo digo: ¿para qué?”, afirmó a Efecto Cocuyo uno de los familiares de las víctimas de la masacre. A merced de los bachaqueros también vive la gente del lugar, que afirma que más hacia el sur, en el Kilómetro 88, es donde se encuentra cualquier alimento y de todas las marcas. Hasta para los distribuidores, Tumeremo quedó de paso. 

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De su mamá, la señora Mireya no solo heredó el apellido, sino el oficio. Desde pequeña acompañaba a su progenitora a las minas cercanas al pueblo de Tumeremo para convertirse en cocinera en las minas. Aunque ha trabajado en hoteles y tiendas, nunca nada le ha dado tanto dinero para comer como el trabajo en los yacimientos de oro.

He durado tres meses metida en una mina para poder pagar mis cuentas”, afirmó Mireya a Efecto Cocuyo. Desde los montículos de tierra y los brillantes en el barro, la mujer envía las gramitas de oro a sus familiares en el pueblo para que compren comida o paguen los colegios. Lejos de casa y en medio de la búsqueda de las riquezas, son El Topo y sus secuaces quienes monitorean todo lo que se consigue en la mina.

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4. Deserción de estudiantes y profesores

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El sueldo mínimo no alcanza para vivir en Tumeremo. Es por esta razón que la deserción escolar ya no es solo problema entre los estudiantes, sino también entre el cuerpo profesores. “No hay docentes en Tumeremo porque prefieren vender efectivo o trabajar en las minas, así ganan más”, contó a Efecto Cocuyo una educadora del colegio Fe y Alegría de la zona.

La tradición minera ya ha ganado más espacio en los hogares. De acuerdo con la docente, los niños de los liceos del pueblo abandonan el bachillerato a partir de los 13 años para convertirse en mineros. Una grama (gramo de oro) se cotiza en unos 37 mil bolívares. “Dirán que no tienen que estudiar ni esforzarse para poder ganar esa suma de dinero”, apuntó la educadora.

Cuatro historias de Tumeremo, a un mes de la masacre de sus mineros