Varios relatos han venido llenando los vacíos del 11 de abril. Al final, en Cuba querían mandar a Chávez para España y hasta el Papa Francisco andaba pendiente de lo que pasaba por aquí. Por Joseph Poliszuk
Allí, en las páginas de una serie de memorias que editó con el título de El compromiso del poder, el político español no solo ha vuelto a insistir en que nada tenía que ver con una conspiración para derrocar al ex presidente Hugo Chávez, sino que además ha añadido detalles de esos instantes en que Venezuela llegó a tener tres mandatarios en menos de 48 horas.
“Cuando se produjo el golpe, recibí una llamada de Cuba. El Gobierno cubano me pedía que organizara un convoy para sacar a Chávez de Caracas y que lo trajera a España”, cuenta. “Les dije que, si querían sacar a Chávez de Venezuela, lo sacaran ellos”.
Más tarde Aznar recibió otra llamada, pero esta vez del propio palacio de Miraflores. “(Eduardo) Fernández me pasó con el presidente de la llamada Junta Cívico-Militar, Pedro Carmona, al que expresamente le pedí garantías para Chávez y respeto a la legalidad”.
Fernández recuerda el momento. Si bien informó a Aznar que el general Lucas Rincón Romero había anunciado la renuncia de Chávez, se manifestó en contra del decreto que ya se venía anunciando. “Recuerdo que dije, antes de irme, en presencia de Carmona: les pronostico que esto no va a durar ni 15 días”, cuenta. “Bueno, no sabía que no iba a durar ni 15 horas”.
Fidel movía sus piezas
En La Habana, mientras tanto, insistían en buscarle un destino a Chávez fuera de su territorio. Tanto así que entre los embajadores acreditados en Venezuela empezaban a notar que la diplomacia cubana movía sus fichas, para sacar a su camarada a un tercer país. Eso dijeron al arzobispo de Mérida, Baltazar Porras -desde la Nunciatura Apostólica- horas antes de que terminara acompañando al mismísimo Chávez al filo de la madrugada del 12 de abril.
“Nos enteramos que, vía la embajada de España, hubo un pedimento del propio Fidel Castro al Jefe del Gobierno español, Don José María Aznar, para que se le recibiera en la Península, pues el mandatario cubano manifestaba no querer recibirlo en la isla caribeña”, cuenta Porras en el libro Memorias de un obispo, otro de los relatos que ha venido sumando escenas a la película del 11 del abril.
A Porras lo llamaron del Palacio de Miraflores para que los acompañara en esas horas en que varios militares medían fuerzas con movimientos de tanques y pronunciamientos en los medios. Cerca de las 12:30 de la madrugada del 12 de abril, el entonces ministro de Interior y Justicia y hoy gobernador de Guárico, Ramón Rodríguez Chacín, le pasó a Chávez al teléfono.
“Con voz grave me saludó, pidió la bendición y me dijo: ‘perdóneme todas las barbaridades que he dicho de usted. Lo llamo para preguntarle si está dispuesto a resguardar mi vida y las de los que están conmigo en Miraflores (… ) He decidido abandonar el poder. Unos están de acuerdo y otros no. Pero es mi decisión'”, relata Porras.
Chávez hablaba de renunciar
A esa hora el Presidente hablaba de renunciar. “Lo que yo quiero es salir del país, si se garantiza la vida de los que están conmigo”, dijo en una conversación que Porras recoge en su libro. “Le pido a Ud. que me acompañe hasta la escalerilla del avión o inclusive que me acompañe si es el caso”. Y así fue, Porras terminó acompañando a Chávez en Fuerte Tiuna junto al actual arzobispo de Barinas, José Luis Azuaje; eran los únicos testigos civiles en una reunión de militares que se disputaban el poder.
El Presidente llegó a las 4:00 de la mañana también con uniforme militar, tras un acuerdo que dos generales de los bandos enfrentados ya habían adelantado en el Palacio de Miraflores. Por el lado del Gobierno, el entonces ministro de Infraestructura, Ismael Hurtado Soucre, había aceptado la renuncia presidencial. En la otra acera se encontraba el jefe del Comando Unificado de la Fuerza Armada, Manuel Rosendo, quien acordó un salvoconducto para que el Presidente viajara a Cuba con los suyos.
El acuerdo, de cualquier modo, se rompió en Fuerte Tiuna. Chávez llegó saludando, llamó a varios por su nombre y conversó en un tono cordial, pero hubo un viraje cuando le dijeron que quedaba bajo custodia de la Fuerza Armada Nacional. “Ustedes me han cambiado las reglas de juego”, respondió en una conversación que monseñor Porras documentó en sus memorias.
“Yo le dije a Rosendo y Hurtado que firmaba la renuncia si me mandaban fuera del país”, continuó el mandatario. “Pienso que soy menos problema para ustedes si me dejan salir que si permanezco en el país. Pero ustedes tienen la última palabra”, advirtió a Efraín Vásquez Velasco y los otros generales que por un momento terminaron dejando el salón, para tomar la última decisión en privado.
Carneiro subía a un tanque
Un Chávez vulnerable entonces evocaba recuerdos de su niñez; contaba a los sacerdotes sobre sus años en la escuela militar; mencionaba las diferentes tareas que asumió en la Fuerza Armada Nacional; hacía alusión a todo lo que hubiera querido alcanzar como Presidente y, entre un café y un cigarro, también repasaba los sucesos que el día anterior habían dejado 19 venezolanos muertos y otros tantos heridos.
Los militares entonces entraron de nuevo. “El grupo que había salido a deliberar regresó al salón para comunicarle a Chávez su decisión: ‘¡Tiene que ir preso por el genocidio que ocurrió ayer, 11 de abril, en la ciudad capital! ¡Por toda la sangre que se derramó!”, narra el gobernador del estado Vargas, Jorge Luis García Carneiro, en otro libro que publicó esta misma semana, para añadir más aristas a la historia de los llamados sucesos de abril.
Al general García Carneiro -hasta entonces un desconocido fuera del ámbito militar- el 13 de abril se le vio con megáfono en mano sobre un tanque de guerra llamando a los simpatizantes chavistas a mantenerse en los alrededores de Fuerte Tiuna. Ese día cerró filas con Chávez y a una semana de conmemorar los 12 años de aquel momento, presenta su versión de esos hechos sobre la base de una conspiración.
De otra forma no se explica la celebración que en la madrugada del 12 de abril encontró en Fuerte Tiuna entre varios generales y el propio Pedro Carmona Estanga, a quien vio sentado en la silla del comandante general del Ejército.
“Comienzo a ver la traición en su máxima expresión”, narra en primera persona en un relato que esta semana presentó como La Conciencia de la Lealtad junto al autor Andrés Giussepe. “Botellas de whisky iban y venían en ese festejo. Se abrazaban. Allí estaban los agregados militares de México, Estados Unidos y Ecuador”.
Bergoglio hacía plegarias
García Carneiro encuentra sospechoso que aun con la inestabilidad de entonces, el alto mando pautara unos ejercicios militares para esas semanas. Señala que de haber cumplido esa orden, el 11 de abril sus tropas habrían estado fuera de juego en la población de El Vigía, estado Mérida.
La Tercera División de Infantería, de cualquier forma, se mantuvo en Caracas. Fue así como García Carneiro pudo activar el Plan Ávila y sacar a la calle 20 tanques de guerra, que más tarde terminaron regresando a Fuerte Tiuna por orden del comandante general del Ejército y otros de los militares alzados: “Los tanques llegaron detrás de Miraflores, en los alrededores de Pagüita, hasta el puente República, en Caño Amarillo. Pero hubo una contraorden que directamente se la da Efraín Vásquez Velasco”.
Si bien no hubo enfrentamientos entre batallones, aun en los mismos cuarteles se dieron casos de comandantes que se plantaron con posiciones enfrentadas. En Fuerte Tiuna, según la versión de García Carneiro, el 12 de abril se dio la orden de detenerlo. “Yo había montado tropas en la azotea del comando y me mantuve allí, pero nunca se atrevieron a buscarme en ese sitio”, asegura.
En Miraflores, por el contrario, el 13 de abril hubo un conato durante la retoma de las instalaciones. En su libro, García Carneiro sostiene que él mismo escuchó las escaramuzas cuando llamó por teléfono al jefe de la Guardia de Honor, Jesús Morao Gardona, para que recuperara sus posiciones.
Le pedía que tomara el control del Palacio, que detuviera “a los conspiradores” y “otros ciudadanos presentes” y que los metiera en el sótano cuando de repente empezó a notar algo extraño al otro lado del teléfono: “En esa misma conversación, de pronto, Morao Gardona empieza a agitarse y me dice que le estaban disparando en ese momento desde un helicóptero de la Policía Metropolitana. Entonces le contesto: ‘¡túmbalo, túmbalo!’, y comenzaron a dispararle a los helicópteros con sus fusiles alejándolos del sitio”.
Al final Chávez volvió. El corolario de esta historia ya es bien conocido, pero entre los tantos relatos y libros que han venido apareciendo a cuentagotas en los últimos 12 años, el de monseñor Porras advierte que sin saberlo, el cardenal Jorge Mario Bergoglio de Buenos Aires -el Papa Francisco de hoy- terminó hilando palabras de encuentro para Venezuela.
“Instábamos a rezar una oración por Venezuela, que se repartió profusamente por todo el territorio nacional”, narra Porras. “El Cardenal Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, quien me la había entregado la semana anterior, mientras me encontraba en esa ciudad, me dijo que podía utilizarla e incluso modificarla, si nos resultaba útil”.