Los resultados de ayer no van a resolver la crisis política y más bien alargan esta indefinición que se prolonga ya por años mientras el país se va escurriendo por la cañería sin un remedio eficaz a la vista.

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(Nicola Rocco)
ROBERTO GIUSTI |  EL UNIVERSAL
lunes 9 de diciembre de 2013  12:55 AM
Hay muchas formas de interpretar los resultados de las elecciones municipales de ayer y cada quien lo hará desde el ángulo que más le favorezca. Pero uno de ellos, fundamental e inevitable a la hora del análisis, es el grosero y desembozado  ventajismo de un gobierno que es, al mismo tiempo, estado, partido y Fuerzas Armadas. Y allí entran a jugar factores como la utilización indiscriminada  de un inmenso poder económico, el recurso de la fuerza, a veces, bruta para reducir al adversario, el denominado “factor plasma” y por último, pero no por eso menos importante, el cerco mediático, el apagón informativo, la desaparición total de la oposición y sus líderes de los medios de comunicación, tanto los oficiales como muchos de los grandes privados (canales de televisión y emisoras de radio).La combinación de todos esos elementos fueron armando una poderosa muralla con la cual se intentó aislar del país a la Unidad Democrática  y en específico de los electores, aplicando tretas sucias como inmovilizar, sin causa justificada, los aviones en los cuales se desplazaba por el país el líder de la oposición Henrique Capriles, aplicando una suerte del más primitivo populismo con reparto indiscriminado de artilugios electrónicos o comprando la voluntad de alguno que otro dirigente político, incapaz de resistir la tentación de embolsillarse unos cuantos cientos de miles de dólares.

Por eso la oposición compitió en absoluta desigualdad contra un adversario que, para colmo de males, ante su desprecio por cualquier tipo de consideración ética, carece de escrúpulos cuando se trata de conservar el poder y siente que lo puede perder. De manera que a pesar de la larga lista de obstáculos y limitaciones la Unidad Democrática resistió el asedio, hizo un papel más que digno y conquistó  el voto mayoritario en siete capitales de estado, incluyendo Barinas, un trofeo de lujo, pleno de connotaciones simbólicas,  que se le arrancó al chavismo en el corazón de su propio territorio. Una verdadera hazaña en la cual el rol de Henrique Capriles resultó decisivo.

Pero lo cierto es que los resultados de ayer no van a resolver la crisis política y más bien  alargan esta indefinición que se prolonga ya por años mientras el país se va escurriendo por la cañería sin un remedio eficaz a la vista. Así, el gobierno pretende dominar por completo a una sociedad escindida que, en medio de crecientes penurias, se resiste a la dominación cada vez que acude a las urnas. Y en ese juego donde el acuerdo, el pacto de convivencia y el pluralismo están negados de principio, se van cerrando cada vez más los espacios democráticos porque a pesar de las diez y nueve elecciones celebradas en los últimos quince años con las cuales Maduro se llena la boca, estamos hablando de un vano, pero insistente, intento totalitario.