¿Qué pasa con nuestros derechos humanos?

Carlos García

Director de Proyectos Especiales

Venezuela Awareness

Mayo 14,2012. Washington,DC

Hemos venido apreciando con preocupación cómo el término “derechos humanos” suele referirse regularmente únicamente a la violación de los derechos más inmediatos, como la vida, o la libertad de expresión, haciendo abstracción de muchos otros derechos, y de otras víctimas colaterales cuyos daños pareciera que a nadie le importan.

Es cierto que sería imposible hacerle un seguimiento a todas y cada una de las personas que como consecuencia de la acción de los ciudadanos y del Estado han sido afectadas en sus derechos fundamentales, pero es más que obvio que en el esquema de los derechos humanos existen muchas otras consecuencias para otros seres que nunca salen a relucir en las estadísticas.

A la infinidad de muertos y lesionados como efecto de acciones terroristas en lugares públicos, y hasta en sus propios hogares, debemos sumarle la cantidad de personas que han perdido sus hogares como consecuencia de estas acciones, o que ya no tienen acceso a sus escuelas y universidades porque sencillamente éstas ya no existen por acción de la violencia. Tal vez podamos incluir a quienes ya no pueden visitar las iglesias, los lugares históricos, los museos, o simplemente un parque, debido a la destrucción de todas estas obras de infraestructura, sin que exista alguien que en corto tiempo sea capaz de reparar el daño ocasionado por otros.

¿Qué me dicen de los niños que han quedado huérfanos por las acciones terroristas, o incluso por la intervención de fuerzas militares, legitimas o no, que han participado para repeler a aquellas? ¿Habrá alguien pensado qué pasa con los miembros de una familia cuyos seres queridos reposan en prisión como presos políticos en países como Cuba, China, Irán, o Venezuela?

¿Qué sucede con las madres, esposas e hijos de los secuestrados por la guerrilla colombiana? ¿Podría alguien explicar qué hacer con los familiares de los 50 mil muertos, producto de la violencia en Méjico, serán todos miembros de los carteles de la droga o habrá niños, hombres y mujeres inocentes cuya culpa habrá sido seguramente la de haber nacido?

¿O tal vez recordarán a los familiares de los periodistas que han venido siendo asesinados en ese país y cuyo único pecado es el haber tenido el valor de investigar y dar a conocen el funcionamiento del crimen organizado en Méjico? ¿Pensará alquien qué habrá pasado con las familias de los cantantes asesinados por incluir dentro de sus canciones historias de la vida de los narcos en su país?

Es cierto que una de las manifestaciones más importantes de la globalización ha sido la inmediatez para conocer, en fracción de segundos, lo que sucede del otro lado del mundo. Lo paradójico del hecho es que la información que recibimos es tanta, y de tal naturaleza, que en muchos casos las noticias se superponen unas a otras impidiéndonos entender a ciencia cierta qué sucede y cómo contribuir a la solución de estos problemas. Uno de esos casos, digno de mencionar, se refiere al regreso de la discusión que en épocas anteriores había surgido, respecto a la posibilidad de legalización de la droga.

La verdad es que no resultan nada claras las razones por las cuales, a juicio de algunos, la droga debe legalizarse, o impedirse su criminalización. Según ciertos líderes políticos, el tráfico de drogas ha generado una violencia incontrolable, como lo apreciamos con el caso de Méjico. Por tal razón, según ellos, al eliminar la traba de la ilegalidad de la droga, la facilidad de su adquisición evitaría la violencia.

Resulta innegable que los carteles mejicanos han financiado las actividades del crimen organizado gracias al tráfico de drogas. Esto lo han venido haciendo igualmente las organizaciones guerrilleras en Colombia, o los grupos terroristas en Afganistán. En todo caso es entendible que se ponga sobre la mesa la discusión sobre qué hacer en materia de tráfico de drogas. De hecho esta discusión ha sido presentada como elemento de campañas electorales, e incluso como tema de una reunión privada entre los jefes de Estado del Continente Americano, en la Cumbre de las Américas celebrada en días pasados en Cartagena, Colombia.

El caso no es si con la legalización de la droga se disminuye la violencia, o si incluso se podría reducir la acción del crimen organizado, representada por delitos como el tráfico de personas, secuestros, fraudes, legitimación de capitales, entre otros. El hecho es que al pretender dirigir la atención hacia la posibilidad de evitar la criminalización de la droga, basado incluso en las razones antes expuestas (las cuales, reconocemos que resultan bastante serias), olvidamos por un momento el elemento más importante al cual está dirigida la acción del Estado- cualquiera que este sea- como lo es el ser humano y los derechos que por su condición genera.

Adicionalmente a la violencia que se ha creado alrededor del negocio del trafico de drogas, existe un drama que muchos parecieran olvidar. Nos referimos a la situación del consumidor, como víctima primaria del trafico de drogas, a la de sus familiares y allegados, como victimas secundarias, pero también a los millones y millones de potenciales víctimas que como consecuencia de la acción irresponsable de quienes se encuentran bajo el efecto de las drogas, podemos ser lesionados, robados, atacados, o sencillamente morir.

De allí que cuando nos referimos a la grave situación de violación de los derechos humanos generada a las victimas colaterales en los casos antes mencionados, nos atrevamos a preguntarnos si dentro de todas estas discusiones que se han venido desarrollando respecto a la legalización de la droga, habrá quien se dé por enterado de las consecuencias que la venta indiscriminada de drogas podría ocasionar para quienes padecen esta terrible enfermedad, como lo es el consumidor, pero también para quienes, como la gran mayoría de ciudadanos del mundo, nos encontramos a merced de las acciones u omisiones de aquellos. ¿Velará alguien por nuestros derechos humanos?