Discurso del Secretario Ejecutivo de la CIDH, Santiago A. Canton, en la recepción organizada por el personal de la Secretaría Ejecutiva de la Comisión, en reconocimiento a su liderazgo.

Museo de las Américas, 17 de mayo de 2012

Desde el anuncio, hace más de un año, de la decisión personal de poner fin a mi mandato como Secretario Ejecutivo de la CIDH, enviando un proyecto de reforma al Reglamento para que se inicie un proceso de selección transparente y participativo de la persona a cargo de la Secretaria Ejecutiva, se me ha preguntado reiteradas veces cuáles eran mis últimas impresiones sobre la CIDH y el sistema interamericano.

Considero que el trabajo de la CIDH, en particular los últimos 40 años, ha sido fundamental en prevenir, denunciar y reparar violaciones a los derechos humanos. En esta tarea, la Comisión ha sido extremadamente efectiva, tanto en los años de las dictaduras, durante los setenta, como hoy en día durante regímenes democráticos.

El trabajo de la Comisión ha sido crucial en responder tanto a violaciones individuales como a violaciones masivas. Actualmente, las decisiones y los estándares del sistema interamericano son una parte integral del ordenamiento interno de varios países de la región. Reformas constitucionales, implementación de políticas públicas, sanción y derogación de leyes y cambios en las prácticas dentro de los Estados, como consecuencia de decisiones de la Comisión y de la Corte, son hoy en día la norma, y no la excepción.

El trabajo de la Comisión, mediante el sistema de peticiones individuales, las medidas cautelares, las visitas y las Relatorías, ha salvado numerosas vidas humanas y le ha devuelto la dignidad a miles de personas en las Américas.

Ninguna otra institución ha hecho más por la democracia, el estado de Derecho y los derechos humanos de los habitantes del hemisferio que la Comisión Interamericana.

Sin embargo, el éxito del sistema interamericano de derechos humanos sigue siendo insuficiente, para millones de personas que continúan siendo víctimas de violaciones a los derechos humanos. Desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, torturas, violencia familiar, discriminación, pobreza, analfabetismo, homofobia, entre otras violaciones, continúan siendo palabras que no podemos borrar del diccionario.

La palabra masacre, que se puede referir a la desaparición o ejecución de decenas, centenas o miles de personas es de uso cotidiano en la Comisión. Pero también lo es la violencia y discriminación estructural que afecta a las personas de menores ingresos, las mujeres, los pueblos indígenas, los afro descendientes, los niños, las personas gay y lesbianas, entre otros. El sistema interamericano de protección necesita ser fortalecido para responder a todos estos desafíos.

Por consiguiente, voy a aprovechar, en la que posiblemente sea mi última oportunidad como Secretario Ejecutivo de la CIDH, para reflexionar unos minutos sobre el fortalecimiento del sistema interamericano, un tema de indudable actualidad. Distinguidos Embajadores, representantes de la sociedad civil, funcionarios de la OEA y de la Comisión, amigos y amigas, continuaré hasta el último minuto de mi mandato como Secretario Ejecutivo insistiendo en la importancia de fortalecer el sistema interamericano de derechos humanos. Luego de 13 años de presenciar de manera directa la realidad de nuestra región, no tengo ninguna duda del rol esencial que tienen la Comisión y la Corte en la protección de los derechos humanos de millones de habitantes mediante principalmente el fortalecimiento institucional de nuestras democracias.

Considero que existen tres desafíos principales:

Universalidad: tenemos un sistema imperfecto cuando muchos países aun no han ratificado la Convención Americana de Derechos Humanos. Las razones por no hacerlo pueden ser explicadas, pero no se pueden justificar. Al ser un sistema de protección colectivo, los Estados Miembros tienen la responsabilidad, individual y colectiva, de alcanzar esa universalidad. Frente a la falta de avance en ratificar, debería haber una iniciativa colectiva de todos los Estados Miembros que si han ratificado la Convención Americana para lograr ese objetivo. Denunciarlo públicamente, pero mirar para el costado no es suficiente.

Cumplimiento: el cumplimiento con las decisiones de la Comisión y la Corte está lejos de ser ideal. En la mayoría de los casos, los violadores de derechos humanos continúan gozando de absoluta impunidad. Como mencioné antes, es indudable que ha habido avances muy importantes; sin embargo, el ideal de Justicia, piedra angular de nuestras democracias, continúa siendo difícil de lograr.

Y finalmente, la debilidad principal es la falta de recursos. Y nuevamente quiero ser muy claro: la falta de recursos no se debe a un problema administrativo, tampoco es una cuestión burocrática, y menos aún financiera. Es lisa y llanamente una decisión política. Es una decisión consciente de los Estados Miembros y los responsables del presupuesto de la OEA.

Un presupuesto de solo el seis por ciento del presupuesto regular de la OEA, a uno de los pilares principales de la Organización, en completa contradicción con las constantes expresiones de apoyo, es incorrecto, ofensivo y –no nos engañemos– es también una forma de control de los Estados miembros sobre el trabajo de la Comisión.

La contraparte europea de la OEA, el Consejo de Europa, destina aproximadamente el 40 por ciento de su presupuesto para asuntos de derechos humanos.

No debería hacer falta insistir, pero la gravedad de esta situación lo hace necesario. Este incumplimiento tiene un impacto directo en el respeto a los derechos humanos. La responsabilidad por el retraso en procesar casi 2000 denuncias por año, y en constante aumento, recae principalmente en la escasez de recursos. Mediante el presupuesto, los Estados pueden controlar la capacidad de respuesta de la Comisión. Con un presupuesto adecuado la Comisión podría procesar en un plazo razonable todas las denuncias y acciones urgentes de protección que se presentan contra los Estados, podría también realizar visitas más periódicas asegurando un mejor cumplimiento de las decisiones y se podrían también fortalecer de forma más efectiva el trabajo de todas las Relatorías.

Estos tres desafíos, Universalidad, Cumplimiento y un presupuesto adecuado, son una responsabilidad de la OEA y de los Estados Miembros, tanto de manera individual como colectiva. Sin embargo, luego de décadas de promesas, estos tres desafíos continúan seriamente incumplidos.

Por ultimo, en cuanto a los desafíos pendientes, está lograr que la independencia y autonomía de la Comisión, fortalecida en la práctica a través de las últimas décadas, se transforme en una realidad inobjetable. Lamentablemente esta no es la situación.

Ha llegado el momento de dar las gracias por la posibilidad de haber trabajado en la CIDH todos estos años.

En primer lugar quiero agradecer a los numerosos embajadores, y a través de ellos a los Estados. No ha sido una relación sencilla. Hay que reconocer que la mayoría de las veces no les agrada la información que yo les transmito. Recuerdo a un querido Embajador que me contó que cada vez que su Asistente le informaba que yo estaba en el teléfono, el Embajador se sentaba, se ajustaba el cinturón y luego respondía la llamada. También me recomendó que cada tanto llamara para felicitarlos, sin que necesariamente hubiera algún motivo específico, pero solo para lograr que estuvieran más receptivos a mis llamados futuros.

Indudablemente, muchas veces, hubo diferencias imposibles de superar, pero la mayoría de las veces hubo un gran respeto, apreciación y reconocimiento por el trabajo de la Comisión.

Podría hacer muchas recomendaciones a los Estados, pero este no es el momento, ni tampoco se me lo ha pedido. Sin embargo, hay dos recomendaciones que considero esenciales, pero que la práctica me ha enseñado que no son tan comunes para los Estados.

En primer lugar una muy simple: un Estado siempre puede hacer más por los derechos humanos. El vaso de los derechos humanos nunca está lleno. No existe ningún motivo para no hacer más por los derechos humanos, pero sí existen millones de razones. En segundo lugar, el hecho de que haya una denuncia en contra de ellos no significa que automáticamente deban defenderse. Como abogados, siempre existe la tendencia de confrontar lo planteado en una denuncia. Los abogados de derechos humanos del Estado no deberían caer en esa “deformación profesional”. No nos olvidemos que el objetivo de los Estados democráticos y el de la Comisión es el mismo: el respeto y la protección de los derechos humanos de todos los individuos. Teniendo esto en cuenta, la primera acción de un Estado al recibir una denuncia de la CIDH, en lugar de una respuesta defensiva, como he visto la gran mayoría de las veces, debería ser una investigación inmediata de lo denunciado o la búsqueda de una solución para lo que posiblemente sea una violación a los derechos humanos.

Un agradecimiento muy especial para los miembros de la Comisión con quien tuve el honor de trabajar. El liderazgo, experiencia y conocimiento que me han transmitido la gran mayoría de ellos, no solo es invalorable, sino también hizo el trabajo en la Comisión más sencillo y placentero. Tuve la oportunidad única que durante estos 13 años tomé clases de derechos humanos con los mejores profesores y activistas de derechos humanos de la región.

Finalmente, hay tres personas sin quienes mi trabajo hubiese sido imposible. Jorge Taiana, el anterior Secretario Ejecutivo. El sentó las bases para mi trabajo. Como Relator de Libertad de Expresión, tarea muy difícil en esos primeros años de la Relatoria, siempre encontré en Jorge apoyos y consejos fundamentales. Ariel Dulitzky, el Secretario Ejecutivo Adjunto durante los primeros años de mi mandato. Conjuntamente con Ariel dimos los primeros y difíciles pasos de lo que es hoy la Secretaria Ejecutiva. Finalmente, la actual Secretaria Ejecutiva Adjunta, Elizabeth Abi Mershed. Nadie conoce mejor que Elizabeth el sistema interamericano de derechos humanos. Pero no es solo el conocimiento del sistema que la hace especial; es la extraordinaria pasión y dedicación diaria a la Comisión Interamericana, teniendo siempre presente el objetivo esencial de nuestro trabajo: ayudar a las miles de personas que ven en la Comisión una ultima alternativa. Gracias, Elizabeth.

A todo el personal de la OEA y muy especialmente de la Comisión Interamericana todo mi agradecimiento y reconocimiento por el extraordinario trabajo que han hecho en circunstancias muy difíciles. La dedicación, motivación y esfuerzo que han puesto durante estos años ha sido el factor principal de los importantes resultados que se han logrado.

Mis palabras finales de agradecimiento están dirigidas a las personas para las que trabajamos; las personas que ven en el sistema interamericano su última posibilidad de justicia, las que sufren las más atroces violaciones a los derechos humanos. Esa persona invisible que busca incansablemente que haya justicia: las víctimas. La razón de la existencia del sistema interamericano de derechos humanos son las víctimas pasadas, presentes y futuras. Ellos son la razón por la cual vine a trabajar todos los días los últimos 13 años; son la razón por la que nunca dudé en hacer esos llamados a los Embajadores y en firmar miles de cartas dirigidas a los Estados. Son la razón por la cual nunca cedí frente a las críticas infundadas y a los intentos de afectar la independencia y autonomía de la Comisión. Si lo tuviera que hacer de nuevo, no haría lo mismo; seguiría buscando la forma para poder hacer mucho más.

El momento preciso que le da mayor significado al sistema interamericano de derechos humanos, es justamente cuando esa persona, cuyos derechos han sido violados, que ha sido abusada e ignorada y cuyos sueños fueron destruidos, se sienta en una Audiencia ante la Comisión o la Corte y el Estado está obligado a responderle. Es en ese instante cuando el anteriormente invencible poder del Estado, sostenido lamentablemente en un falso concepto de soberanía, se sienta al mismo nivel que una simple persona, y frente a frente, el Estado debe explicar o pedir disculpas. Es en ese momento que se evidencia el corazón del sistema interamericano de derechos humanos; la protección del ser humano como fin último para el Estado y para la Comisión.

A todos ellos y ellas, solo puedo pedir perdón por no haber podido hacer más. Sólo puedo agregar que los errores cometidos fueron siempre pensando a favor de los más vulnerables y más necesitados de nuestra región.

Para finalizar, estoy convencido que si la Comisión no existiera debería crearse. Pero más aun, debería crearse con más poderes que los que tiene ahora. El fortalecimiento de la Comisión implica necesariamente más poderes y herramientas para la protección de los derechos humanos. Una ex Comisionada y gran amiga, Susana Villaran, actual Alcaldesa de Lima, solía decir que la Comisión Interamericana es como una caja de herramientas que usa la comunidad internacional para defender los derechos humanos. Cuando identificamos un problema, debemos abrir la caja y buscar la mejor herramienta para resolverlo. Cualquier proceso de fortalecimiento del sistema interamericano debe contemplar la creación de más herramientas si verdaderamente queremos llamarlo fortalecimiento. De otra manera, una vez más, se trata de un simple eufemismo que oculta otras intenciones.

Ha sido un viaje extraordinario y disfrute de cada segundo. Tendré el honor a partir de julio de continuar trabajando por los derechos humanos desde el Centro por la Justicia y derechos humanos Robert F. Kennedy.

Ha sido un gran honor trabajar para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y muy especialmente con el grupo extraordinario de personas que la conforman.

Muchas gracias.

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