Los sueños estancados de la niñez venezolana

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Son las 8 de la mañana y Caracas, se atestada con su tráfico habitual, bocinas de automóviles, autobuses. El bullicio de la capital se hace presente junto al caminar de las personas que viven su rutina, en medio de una realidad política y social estancada que también afecta a la niñez.

Entre el ruido se ahogan las voces de quienes no tienen ni un bolívar para comer o estudiar. Son niños que ven su infancia mutilada y, para sobrevivir, mendigan dinero o comida, o hurgan en la basura.

Las voces de la niñez son acalladas por la crisis venezolana. La mayoría no los ven –o prefieren no hacerlo– pero están allí: miradas perdidas, labios secos, cuerpos delgados y sueños estancados. Deberían estar en el colegio, pero no están. En su lugar, buscan la manera de sobrevivir.

A esa hora, y muchas veces desde más temprano, decenas de niños asisten al comedor Padre Rogelio, en el despacho de la Iglesia Nuestra Señora de Lourdes, en San Martín, al oeste de la capital. En el lugar, alrededor de 45 niños, ancianos y personas en situación de calle buscan algo para comer.

Franchesca Hernández, de 32 años de edad, es madre de cuatro hijos: Juan y Paola -de 14 años de edad- Sebastián de 5 y Mía de 3. Todos asisten al comedor desde que comenzó a ayudar a los más necesitados

“A veces mis niños no van a la escuela. Cuando no tengo que darles de comer, no los mando”, confiesa Franchesca.

La familia de esta venezolana forma parte de los 9.3 millones de personas que se encuentra en un estado de inseguridad alimentaria en el país, y que con urgencia requieren ayuda. Según un estudio desarrollado en 2019 por el Programa Mundial de Alimentos de la Organización de las Naciones Unidas, 32,3% de la población venezolana se encuentra en condición de inseguridad alimentaria severa (7,9%) o moderada (24,4%).

“Esto debería cambiar. Es una situación bastante compleja. Nosotros ya somos adultos pero ellos son niños y no tienen la culpa de lo que están viviendo” afirma Franchesca, con la mirada perdida mientras abraza a Mía, la menor de sus hijas.

Otro de sus hijos dice querer ser odontólogo cuando sea adulto.

“A ellas les gusta la medicina y todo lo relacionado con la salud”, dice. Pero la realidad hace peligrar sus deseos.

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