Iván Simonovis. (Foto archivo)

Febrero 04, 2017.- La defensa del comisario espera realizar un recurso de revisión a la sentencia. Pero no lo ejercerá mientras este Gobierno siga. Simonovis es un preso político cuya única esperanza de libertad verdadera está en que la política logre cambios profundos

Por momentos, la mente de Iván Simonovis sigue en esa celda. Son pesadillas que de nuevo le llevan a ver las paredes blancas y sentir la gelidez de los calabozos como si aún estuviera allí. Han pasado más de 850 días desde que le fuera otorgada una medida de arresto domiciliario y al comisario le cuesta conciliar el sueño. Se levanta por la madrugada, a veces con taquicardia. Siempre sobresaltado. Es una secuela más de lo que el sistema de justicia le hizo.

El insomnio es una consecuencia de vivir años bajo una situación de estrés sostenido, explica su esposa, María del Pilar Pertiñez, a quienes muchos conocen como ‘Bony’. Siguen vigentes todas las enfermedades que le fueron diagnosticadas en prisión, ahora que está en su casa por una medida humanitaria otorgada el 19 de septiembre de 2014, sostiene la también abogada.

A Simonovis le duele el cuerpo. Todos los días. Cada movimiento, más que una puntada, es un recordatorio. Dicen los médicos que la osteoporosis no mejora, solo se controla con medicamentos. Ese es otro resultado de pasar más de nueve años encerrado en una celda. En reclusión las veces que vio el sol suman apenas 13 días. Lo demás era iluminación artificial y tortura. Por la ausencia de luz natural su cuerpo dejó de absorber suficiente vitamina D y sus huesos se debilitaron al punto que puede sufrir fracturas espontáneas en la columna.

Esas 19 patologías que son una espada de Damocles: si se cura, Simonovis, tendría que dejar su casa y volver a la cárcel para seguir pagando los 30 años de prisión a los que fue condenado. La injusticia hace que sus heridas no sean solo corporales: los psicólogos que le han visitado realizaron pruebas, entrevistas de profundidad, y llegaron a la misma conclusión: sufre de estrés postraumático. Lo que le hicieron al comisario no se ve solamente a través de radiografías: hay heridas invisibles.

Simonovis fue detenido el 22 de noviembre de 2004. Estaba por abordar un vuelo en el aeropuerto internacional de La Chinita, en el estado Zulia. Más que detención, fue un secuestro porque se lo llevaron sin orden judicial. Allí empezó para él uno de los juicios más largos de la historia jurídica en Venezuela. El entonces secretario de seguridad ciudadana de la alcaldía metropolitana fue acusado como cómplice necesario en el delito de homicidio calificado por los hechos del 11 de abril de 2002: una masacre que terminó con 19 fallecidos pero de la que él fue sentenciado por dos.

Iván Simonovis es el resultado de la alquimia de la tiranía chavista. Bien pensada y ejecutada. Eladio Aponte Aponte era presidente de la Sala Penal del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para el momento del juicio que inició el 20 de marzo de 2006 y terminó el 3 de abril de 2009. El magistrado reconoció en un documento público y notariado que había sido instruido por el entonces presidente Hugo Chávez para que, cuanto antes, se condenara a los acusados por la masacre del 11 de abril: Iván Simonovis, Lázaro Forero, Henry Vivas, Marcos Hurtado, Arube Pérez, Héctor Rováin, Erasmo Bolívar, Luis Enrique Molina, y el sargento Julio Rodríguez. Aponte redactó la sentencia y decidió en siete días sobre un expediente de más de 10 mil páginas. La defensa ahora espera ejercer un recurso de revisión de la sentencia por esas declaraciones, pero no en este Gobierno.

Simonovis se confesó ateo del sistema de justicia venezolano. Lo hizo en su libro “El prisionero rojo”. Hace más de un año que la jueza primera de Ejecución de Aragua, Ada Marina Armas, no otorga el permiso para que sea trasladado a una clínica. Hay exámenes médicos que no pueden realizarse en su casa. Se necesitan aparatos sofisticados y una visita médica a su domicilio no es suficiente, lamenta su esposa.

Casa por cárcel sigue siendo cárcel. Esa es la creencia de Bony Simonovis. Para sobrellevar el cansancio de no descansar y las enfermedades en casa se estableció una rutina. “Iván es una persona realmente fuerte”, dice orgullosa. Cada mañana toma el sol en un pequeño patio de su apartamento. Hace ejercicios de rehabilitación en una caminadora. Es lo que se puede mientras no le dejen salir de casa.

Durante casi seis años, el único canal que a Simonovis le dejaban ver en la sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin) era Venezolana de Televisión, el canal del Gobierno. Por lo menos ahora en las noches puede ver las noticias.        Frente a su casa hay funcionarios de inteligencia con armas largas y encapuchados. Las visitas están restringidas y Bony es controlada cada vez que entra y sale.

Ya no hay desayunos en familia. Solo están en la mesa él y su esposa. Los dos hijos del matrimonio: Iván e Ivana, viven fuera del país. “Tener a Iván en casa ha sido un gran apoyo. Se ocupa de cosas de las que yo no pude por estar en el juicio. Tratamos de establecernos rutinas para no caer en la desesperanza, pero a veces es muy duro”. La realidad del país les golpea. “No vemos ninguna posibilidad real de cambio”.

Para familiares de presos políticos como Bony Simonovis el proceso de diálogo entre el Gobierno y la oposición ha sido decepcionante. “Entiendo que son procesos complicados, no voy a ser juez de nadie”. Pero es evidente: ha sido un fracaso, una burla más del Gobierno. “Ahora el patrón de la represión está mucho más claro, tenemos 119 presos políticos. Criminalizan la disidencia, trastocan la verdad y Venezuela no tiene nunca derecho a saber qué pasó realmente”.

Jorge Caías, articulista de El Universal, mencionó en una de sus columnas en 2012 que con Simonovis estaba presa toda Venezuela. Tiene razón. No importa que el comisario duerma en su cama todas las noches. Su verdadero descanso yace en la libertad del país que, por ahora, sigue dándole pesadillas. “En Venezuela se condena a la gente por lo que es, no por lo que dice, ya tendremos el momento para demostrar lo que hicieron los funcionarios y cómo violaron nuestros derechos humanos”

Simonovis:pesadilla de heridas invisibles