Grupos “chavistas” agreden a opositores el día en que Leopoldo López fue condenado en Caracas. (Antena 305)
Grupos “chavistas” agreden a opositores el día en que Leopoldo López fue condenado en Caracas. (Antena 305)
Grupos “chavistas” agreden a opositores el día en que Leopoldo López fue condenado en Caracas. (Antena 305)

Octubre 11, 2015.-Para mantenerse en el poder, los populistas no buscan multiplicar pobres, sino engrandecer esa masa que no reflexiona para sumirla en la irracionalidad

Hannah Arendt, una de las grandes politólogas del siglo XX, escribió un controversial libro acerca del juicio que se le siguió a Adolf Eichmann en Jerusalén, acusado de ser el gestor de genocidio de 5 millones de judíos por la Alemania Nazi. El libro abre con lo que va a ser el tema a través de él, que es la gran sorpresa que se lleva la autora, judía alemana, al conocer al imputado: “¡pero es tan normal! (…) Ojalá que simplemente hubiera sido un monstruo, un psicópata, pero es normal como un vecino cualquiera”.

Eichmann era simplemente normal. Tan normal como un burócrata que puede existir en cualquier Estado; pero este era un Estado cuyo nervio motor era la turba enardecida en busca de un culpable. Arendt se estremece, no por el individuo sentado en el banquillo de los acusados, sino por lo tan cercano era su parecido al común denominador de los ciudadanos, de nosotros. Arendt derrumba el confortable muro de separación entre el bien y el mal que construye la historia oficial.

Arendt nos hace ver que no hay que ser un demonio para llegar a estos extremos, solo hay que unirse a la turba y dejar de pensar. Es la inercia con la que el colectivo, a través de los símbolos y maquinarias del Estado, transforma a personas normales en auténticas máquinas de destrucción. Un destrucción que en sus casos extremos lleva al genocidio, pero que en caso de la vida rutinaria —en el caso de las relación entre la burocracia y los ciudadanos—, lleva a la obstrucción de la vida de los individuos por la maquinaria estatal.

Un Estado puede hacer cosas que convertirían a la población en criminales comunes. Se acepta al Estado como el monopolio legal de la violencia. El problema surge cuando la responsabilidad de ejecutar el monopolio de la fuerza se diluye más y más en el colectivo.

“El Estado somos todos”. ¿No? Pues no todos lo somos. Al final todo se resuelve en un conflicto entre grupos; todos ellos pretendiendo utilizar el poder del Estado para sus propios intereses, expandiendo cada vez más y más sus atribuciones. Sus límites, los del Estado sobre el individuo, cada día se expanden más, hasta llegar el punto donde nadie ya se entiende como individuo responsable y el caos de la turba empieza a tomar el control.

“Con nosotros no hay límites”, promulgaban los nazis en su propaganda. Y “con nosotros el pueblo llega al poder” dicen las arengas de los chavistas y otros del nuevo “populismo”; o más bien, de la demagogia de la turba que, perdiendo toda noción de responsabilidad individual, cae en manos de un agitador, simplemente ese que primero grita “fuego” en el teatro, para encender la turba a aplastar todo lo que se aparezca al frente. 

No es que los “populistas” (demagogos) amen tanto a los pobres que los multiplican. Es más bien que los populistas aman tanto a la turba, a la masa que no reflexiona, que la multiplican, destruyendo la individualidad. Prefieren personas dependientes a las que se pueden depender de sí mismas o tienen identidad propia. Quieren a la turba inconsciente, no al individuo consciente.

Al final todo se convierte en una masa inerte que crece y crece, sin conocer o interesarle a quién aplasta en su camino. Nadie es más que otro y nadie puede tener control de su vida. Solo una burocracia que asfixia, con burócratas que ejecutan sus funciones sin preguntar ni pensar. Solo conocen de arengas y de enemigos a los cuales aplastar.+

Es la sociedad del que más grita. El individuo se diluye en el colectivo.

El colectivismo totalitario, que es lo que hoy en día llamamos populismo, no es más que la supresión del individuo a través de la utopía colectivista. Ya sea en la Alemania nazi, con turbas que buscaban a alguien que no se pareciera a ellos; o en la Venezuela chavista, donde ya no se respeta la propiedad de los individuos de ninguna forma, sea por las expropiaciones o por los asaltos callejeros: todo tiene como denominador común destruir las conciencias de los individuos apelando a los sentimientos más banales que todos tenemos en vida y al resentimiento, pero sin el castigo de la conciencia que se diluye en el ruido del colectivo. 

En fin, es la naturaleza de los Estados que solo se limitan a través de la conciencia de los individuos a los que estos líderes intentan aplastar. Lo alarmante es que la tónica de este discurso colectivista está en nuestra región, la única diferencia es que algunos tienen menos tapujos para implementarlo que otros

Olmedo Miró

http://es.panampost.com/editor/2015/10/11/la-banalidad-del-colectivismo/

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